—No quiero cenar con ellos, ¿y si me corren? O peor aún, ¿y si me echan a patadas? —susurró Leila con miedo a mi lado.
Al final, no había descansado nada. Toda la tarde la había pasado encerrada con ella, poniéndonos al corriente de lo sucedido. Le había contado de pies a cabeza, con detalles incluidos.
—No te dirán nada. Por eso estoy yo aquí —la arrastré hacia la puerta que daba al comedor. —Leila, deja de temblar —le reprendí, íbamos con los brazos entrelazados, lo cual me dejaba sentir su nerviosismo en primera línea.
—Lo siento, pero esto no saldrá bien —susurró de nuevo, me reí.
—Yo debería estar temblando en vez de ti —me burlé. Ella me dio una mala mirada, luego seguimos nuestro camino.
Al abrir la puerta, conseguimos todas las miradas sobre nosotros. La sala no era tan grande, normalmente solo lo usaban la familia real para las comidas, si se hacían banquetes siempre se los organizaban en el salón. El comedor era como un lugar privilegiado a donde no entraba cualquiera.
—No agaches la cabeza —le susurré a Leila, y seguí arrastrándola de nuevo.
—Ya veo porque te tardabas tanto —exclamó con cinismo Agni cuando llegamos a un costado de la mesa.
—Ya veo que tú nunca cambiarás —alegué con una nota de desagrado.
Eché un vistazo rápido a la mesa, era para un total de diez personas. En una de las cabeceras, estaba sentado Brais, en la otra Eber, a la izquierda de Brais estaba Agni, un espacio libre y luego Cavan y Wild.
La fila de su derecha estaba frente a nosotras, esa estaba libre, por lo que me apresuré a sentarme a lado de Eber y arrastrando a Leila, quien terminó sentándose a mi lado.
—¿Ahora traerás a la servidumbre a comer con nosotros? —Agni comenzaba a molestarme de una manera inhumana.
Leila agachó la cabeza, la conocía lo suficiente como para saber que aquello la había hecho sentir mal.
—Cuando tu opinión sea pedida, la tomaré. —Agarré la copa de vino y la llevé a mi boca saboreándola.
—No empiecen por favor— exclamó Brais hastiado. — Majestad, he escuchado muchas cosas sobre el comercio de Idront, las piedras preciosas han sido una buena fuente de ingresos, ¿verdad? —bufé internamente, aquí vamos de nuevo.
—Samira —sentí un codazo de Leila —ese chico de enfrente me está poniendo incomoda —solté una risita al ver que Cavan la miraba de una manera inusual.
—Que no te asuste, él es extraño —agregué la última palabra con duda.
— ¿Él es el que no confiaba en ti?—asentí, dejando espacio a que unas muchachas nos dejaran la cena, cada uno comenzó a servirse a su gusto.
—Es el pero descuida, es un buen amigo cuando lo conozcas bien.—dije la verdad.
Seguimos comiendo, los hombres seguían hablando de muchas cosas triviales, como los diversos comercios de cada reino, las cazas, entrenamientos de soldados e incluso problemas que han tenido y como los han resuelto.
—Eber —lo llamé a mitad de la velada, consiguiendo la atención de todos —¿Les han dado habitaciones ya? —cuestioné con intriga.
—Si, claro. Ya las hemos conocido y todo —agregó— Déjeme decirle que tiene un palacio muy lindo.
—Gracias —dijo Brais. Sin agregar mucho más.
Momento de fastidiar: iniciado.
—¿Y dónde les dieron las habitaciones? —cuestioné con un tono de inocencia.
Cavan y Leila miraban la escena aguantándose una risa, Brais estaba desconcertado, Agni, tenso con una mirada de querer asesinar a alguien, Eber, tranquilo y Wild, él comía como si nada le importara, todo muy normal.
—¿Y bien? ¿Dónde está tu habitación? —volví a reformular la pregunta ante el silencio de los presentes.
—En el ala de los huéspedes— agregó Brais.
Joder, eso quedaba al otro lado del castillo.
Menuda suerte la mía.
—No esperaba menos —era una indirecta para los dueños de casa.
—¿Y tú para qué quieres saber cuáles son sus habitaciones?— Agni estaba siendo muy molesto.
—Para ir en la madrugada a conversar de la vida, desde luego que no —sonreí, estaba metiéndome en la boca del lobo pero, valía la pena— Y me ahorrarías mucho si me dijeras también el número de la habitación —le guiñé el ojo.
El bufó, pero no dijo nada más.
Estaba deseando que ambos sacaran su verdadera cara.
La noche había pasado, al igual que el desayuno, para mi suerte o desgracia, aún no se aparecían. Estaba segura de que lo harían, cuándo y cómo, no lo sabía, pero en algún momento lo harían.
Y más tomando en cuenta que habían invitado a los chicos a un recorrido por el pueblo, me negué a acompañarlos. No estaba dispuesta a ser repudiada de nuevo, la gente del pueblo no me quería en absoluto, lo sabía desde que los rumores de que había asesinado al rey se esparcieron. No me agradaba la idea de salir tomando en cuenta que cualquiera estaría dispuesto a cortar mi cabeza.
—¿Estarás bien sola? —cuestionó Eber mientras me abrazaba.
—No estaré sola —suspiré al sentir como sus manos pasaban sobre mi cabello, acariciándolo.— Leila está conmigo —agregué aferrándome a él, comencé a acariciar su espalda.
—¿Segura? —volvió a cuestionar —No me confió de ellos.
—Yo tampoco —despegué mi cabeza de su pecho para mirarlo —Pero no harán nada aquí, de todas maneras, he aprendido a cortar cabezas —reí, él también lo hizo.
Se separó un poco y dejó un último beso, sonreí, sus besos eran cálidos, no quería salir de ese momento. Estaba demasiado cómoda como para soltarlo.
—Ya me voy —susurró luego de romper el beso —Cuídate mucho.
Después de decir aquello, emprendió un camino rumbo a la puerta que daba al salón, me dirigí a mi habitación, Leila no estaría conmigo, según ella estaba ocupada con trabajo atrasado. Por lo que solo me encerré en la habitación.
Me recosté un momento en la cama mirando al techo, cuando era niña solía hacer aquello muy seguido.
Él chirrido de la vuelta abriéndose me alertó pero, no lo suficiente como para que cambiara de posición o que me moviera siquiera. Sonreí, el techo aún tenía dibujos que imitaban las estrellas.
—Se tardaron mucho —dije, para luego mover la cabeza hasta la puerta.
Allí, estaban ambos, tan intimidantes como los recordaba, tan ellos.
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Cristales Rotos
Fantasy•Primer libro de la bilogía "Cristales" Un rey asesinado, una princesa condenada ... Todos conocían los rumores que el reino de Idront albergaba. Su rey era célebre por muchas razones. Algunos decían que su sadismo y crueldad eran inhumanos, otros d...