Desconocido
—¿Cómo pudiste? —me recibe con una cachetada.
Auch. Una mujer enojada golpea más fuerte de lo que esperaba.
Acaricio la zona afectada, es cien por ciento probable que me quede enrojecida. El golpe dolió, sin embargo no es nada que no se pueda soportar.
—¿Se puede saber qué es lo que aflige tu corazón? —exclamé con burla.
Por supuesto que sabía que era.
Le pasé por un lado para acercarme al trono de cristal que me estaba esperando. Me senté en él, mientras estiraba mis brazos sobre los respaldos en búsqueda de comodidad.
Ella quedó al frente, de brazos cruzados aún enojada. Su rostro se contraía de la ira, creando una expresión que sería graciosa para cualquiera, quise soltar una risa pero, si lo hacía se pondría peor y no quería tener que lidiar con ello.
—¿Por qué no me lo dijiste? —exclamó esta vez sonando afectada.
—¿Decirte qué? —suspiré, tenía que saber que al enterarse se pondrían las cosas difíciles.
—No te hagas el idiota, lo sabes bien. ¿Cuándo pensabas decírmelo? Tuve que enterarme por medio de los murmullos de la gente. ¿No se te ocurrió por un instante como eso me afectaría? —Estaba dolida, y no podía culparla.
Desde un inicio supuse que ella reaccionaría de esta manera, aunque la verdad, esperaba algo mucho peor. Ella también debió de saber desde el comienzo que jamás me casaría con ella, lástima que nunca se dio cuenta.
—Íbamos a casarnos —bufé, tan ingenua— Te entregué mi reino.
—Y vaya que has sido muy tonta al hacerlo —dije con diversión, era la verdad, doliera a quien le doliera. —Me lo entregaste porque quisiste, ¿acaso has visto que he puesto un anillo sobre tus dedos? No, ¿verdad? —hice una pausa— Tu error fue confiar en simples palabras.
Eso pareció enfurecerle aún más.
—Te quitaré mi reino y tendrás que pagarlo muy caro —sonreí, como si pudiera hacerlo.
—Tu reino me pertenece. Nunca podrás obtenerlo de nuevo. Suerte con intentarlo.
Si bien era cierto que ella no podría contra mí, no subestimaba lo que una mujer dolida era capaz de hacer.
—¡Me la pagarás! —exclamó con odio antes de darse la vuelta e irse.
—Majestad, permítame decirle que no fue muy inteligente de su parte el dejarla ir así de enojada —mi consejero apareció a un lado del trono.
—¿Estuviste escuchando todo eh? —dije a modo de broma— Solo lo perdono porque eres tú.
—En efecto, lo escuché y reitero lo dicho —colocó sus brazos detrás de la espalda, viendo hacia el frente por la puerta que ella había atravesado.
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Cristales Rotos
Fantasy•Primer libro de la bilogía "Cristales" Un rey asesinado, una princesa condenada ... Todos conocían los rumores que el reino de Idront albergaba. Su rey era célebre por muchas razones. Algunos decían que su sadismo y crueldad eran inhumanos, otros d...