Había un cajero nuevo en la sucursal, a diferencia de la mayoría, él casi no hablaba y si lo hacía no se le escuchaba, era algo lento, con solo verlo te conmovía como un niño pequeño. Una tarde le tocó cierre, y esa noche le faltó mucho efectivo, como es notorio cuando eres cajero suele faltarte de vez en cuando, aunque seas uno de los mejores.
A él le faltaron casi los mil pesos, eso nos puso tristes, al supervisor de turno y a mí, pero que más podíamos hacer, humanamente nada. Así que fui con la única persona que no tiene la palabra imposible, Dios. Le pedí que le ayudara, yo sabía que era imposible que ese dinero fuera regresado, los clientes usualmente no lo regresan, algunos lo hacen en el momento, pero la gran mayoría, saliendo, se olvidan.
Le pedí al Señor que pusiera en el corazón del cliente que estaba mal quedarse con ese dinero y que se lo regresara, yo sabía que era algo imposible para un hombre, pero no para él.Al otro día en la tarde cuando llegue, oh sorpresa, me dieron la noticia que el cliente había ido y había dejado al compañero el dinero.
No pude evitar conmoverme, no solo porque había ocurrido el milagro, sino porque Dios me escuchó, eso fue tan hermoso.
Él les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. (Lucas 18:27)
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En Tres
Non-FictionEsta historia es una pequeña narración de lo vivido en una tienda de autoservicio con enseñanzas bíblicas.