이십팔. flashback

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Había pasado tanto desde la última vez que Yerim había ido a clase en coche, que había olvidado por completo lo difícil que era ignorar las preguntas incesantes de sus padres sobre si le iban bien las clases o si estaba contenta con su rendimiento el conservatorio. Sobre todo en ese mismo momento, en el que estaban observándola desde los asientos de delante, analizando sus movimientos y juzgándolos de manera sutil.

Daba igual que solo estuviese mirando por la ventana, fijándose en cómo decenas de desconocidos caminaban con prisa de un lado a otro para llegar a tiempo a sus trabajos, incluso una acción tan simple como esa era excusa suficiente para recriminarle algo, para regañarla y exigirle que tuviese mejor postura.

—Creo que no hace falta que te recordemos que no volvemos hasta el sábado, ¿no? —preguntó su padre con esa voz tan grave y autoritaria que le caracterizaba, esa que cuando era más pequeña le daba miedo, porque era tan monótona, tan sin vida, que hacía que le costase identificar si lo que iba a pronunciar iba a ser un reproche o un halago. Negó con la cabeza, sabiendo que la estaban observando por el retrovisor, dando por hecho que no haría falta que hablase. Pero como siempre pasaba con sus padres, estaba equivocada—. Yerim.

A pesar de que ya estaba bien sentada, con los hombros tan cuadrados y los músculos tan tensos que sentía que se iba a partir en dos, se recolocó en el asiento, con la espalda recta y las manos sobre las piernas.

—No hace falta, no —terminó negando, aguantando las ganas que tenía de chasquear la lengua. Con otra persona lo habría hecho, sin ocultar su poca paciencia, pero era incapaz de realizar ese gesto tan banal con sus padres. Por una vez, prefirió morderse la lengua y evitar así un posible conflicto—. Ya lo hemos hablado estos días. Tengo dinero en la tarjeta por si quiero comprar algo, la nevera está llena, sé dónde están los medicamentos y cualquier producto de necesidad, y si sucede algo sé perfectamente a quién debo contactar.

Aunque trató de disimular, no pudo evitar arrugar la nariz con disgusto, no cuando aquello terminó por molestarla. ¿Por qué siempre tenían las mismas conversaciones, cada vez que se marchaban? Se sabía todos esos detalles de memoria, tanto que era incluso capaz de recitar el teléfono de los amigos de sus padres sin ninguna dificultad, porque estaba más que acostumbrada a que la dejasen sola y pasasen días fuera de la ciudad o incluso del país para cerrar tratos de los que ella, por supuesto, no estaba al tanto.

Así había sido desde que había cumplido los catorce, cuando habían considerado que era lo suficientemente mayor como para no necesitar una niñera, a la que habían despedido en contra de su voluntad, y así sería hasta quién sabía cuándo. Porque esa era otra cosa, el hecho de que, aunque al restaurante le iba genial, tanto que habían decidido que abrirían más franquicias en los próximos años, parecían no contentarse con nada, queriendo ir siempre más allá.

Incluso si eso significaba dejarla de lado y perderse momentos importantes en su vida.

—Los estudios van bien, ¿verdad, hija? —preguntó entonces su madre, que al contrario que el hombre tenía una voz mucho más dulce y calmada, la misma que Yerim había heredado y la cual usaba siempre para su propio beneficio—. Ya sabes que puedes contar con nosotros para lo que sea.

Aunque aquella no era más que una de las muchas mentiras con las que había crecido, y lo sabía más que de sobra. Sí, era consciente de que sus padres la adoraban, que no ponían ninguna pega cuando les pedía algo, fuese importante o uno de sus caprichos, y que le habían prometido que le proporcionarían cualquier cosa que necesitase, pero eso no le servía de nada, no cuando no la habían apoyado nunca con lo que más le gustaba, calificándolo como un hobbie estúpido con el que perder el tiempo.

God's Menu - Kim SeungminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora