6. El Caldero Chorreante

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capítulo seis

EL CALDERO CHORREANTE

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CASSIOPEIA VIO CÓMO LLEGARON MÁS PLATOS, CUCHARAS Y VASOS SUCIOS A LA COCINA. Agarró el plato más cercano y se deshizo de las sorbas de comidas. Luego abrió el grifo y empezó a enjuagarlo con agua y detergente.

Al ser menor de edad, Cassiopeia no podía emplear magia para lavar, por ello lo hacía al estilo muggle.

A unos metros estaban las demás cocineras del Caldero Chorreante, todas mayores de edad y con la posibilidad de utilizar magia. A Cassiopeia le había tocado un horario en donde solo trabajan mujeres y todo gracias a su madre, porque según Callie, ella todavía es menor de edad y no era seguro que esté en un lugar sola con hombres.

Siguió con su trabajo mientras tarareaba una canción en su mente. En cierta parte le gustaba su trabajo, cada que friega los platos, mantiene su mente en la luna. Su imaginación flota e imagina en muchas cosas que ella podría pintar cuando llegue a su casa.

El sonido de la alarma la trajo a la realidad.

Ya había acabado su turno. Secó los últimos platos que quedaban y los guardó en su lugar. Se retiró los guantes de cocina y el delantal que evitaba que mojara su ropa.

—¡Adiós! Nos vemos mañana —se despidió Cassiopeia mientras buscaba en su casillero su maleta.

Todas respondieron la despidida, deseándole una buena tarde. La castaña salió de la cocina con su maleta en su espalda y se despidió de Tom, el administrador del y se llevó la sorpresa de encontrarse con Cornelius Fudge.

En cierta parte no le sorprendió, dado a que Fudge tiene una habitación que usa como despacho, pero el actual Ministro de Magia no solía salir de su despacho a las 5 de la tarde.

Hace un año, cuando Sirius Black estaba fugitivo, Fudge había estado en de acuerdo en que la chica trabaje en el lugar, con la condición de que ella, su madre y su tía se quedaran hospedando en el lugar hasta que regresaran a Hogwarts para mantenerlas vigiladas, en especial a Cassiopeia, por si Sirius Black tenía intenciones de hacerse a ellas.

—Cassiopeia —Cornelius Fudge se acercó a la joven—, ¿terminaste de trabajar?

—Buenas tardes, señor ministro —lo saludó cortésmente—. Si, mi madre ya debe de haber llegado a recogerme.

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