32. Malfoy buscando problemas

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capítulo treinta y dos

MALFOY BUSCANDO PROBLEMAS

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EL MES DE OCTUBRE FUE UNA SUCESIÓN ININTERRUMPIDA DE DÍAS DE VIENTO HURACANADO y lluvia torrencial, y cuando llegó noviembre, hizo un frío glacial; el gélido viento y las intensas heladas matinales herían las manos y las caras si no se protegían. El cielo y el techo del Gran Comedor adoptaron un tono gris claro y perlado; las montañas que rodeaban Hogwarts estaban coronadas de nieve.

Si había algo que Cassiopeia estaba segura, es que era una verdadera Slytherin. Muy ambiciosa, decidida y astuta. Pero por primera vez, decidió no pertenecer aquella casa.

Un día antes del partido de Gryffindor contra Slytherin, Cassiopeia había bajado de su habitación y se llevó una sorpresa desagradable. Algunos Slytherin estaba reunidos en la sala común, haciendo pancartas e insignias con forma de corona, con las palabras grabadas en ellas:

A Weasley vamos a coronar

Con la sensación de que aquello no era nada bueno, siguió caminando sin que nadie notara su presencia. Notó que algunos llevaban puestos esas desagradables insignias. En la mesa del centró vio unos pergaminos con las palabras escritas: Weasley no atrapa las pelotas y por el aro se le cuelan todas. Por eso los de Slytherin debemos cantar: a Weasley vamos a coronar.

Cassiopeia era conocedora de todas las burlas que habían hecho los Slytherin en los entrenamientos de los Gryffindor, sabía que aquellas burlas le afectaban más que a todo a Ron.

Agarró una insignia y el pergamino. Se subió a un mueble, atrayendo la atención de algunos.

—¿De quién mierda fue la idea? —preguntó en voz alta y muy molesta.

Ahora, todos los de la sala común voltearon a verla. Los de primer y segundo grado de asustaron al verla, parada con firmemente, con su insignia en el pecho de perfecta y con su varita. Los de tercero no se atrevieron a decir nada, la conocían y sabían de lo que era capaz. Sin embargo, los de cuarto y quinto rieron.

—¡Mía! —la voz de Malfoy se hizo presente. Se levantó del suelo sonriendo y mostrando su insignia con corona en su pecho.

—¿Por qué no me sorprende? —se preguntó a sí misma en voz baja.

—No me digas, ¿quieres qué te dé una, Black? —preguntó entre risas.

Algunos rieron con él.

—Te lo diré de la forma más gentil: ¡O te deshaces de tus malditas insignias o te lanzo al lago para que seas el almuerzo del calamar gigante!

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