Treinta y dos

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Eligió con cuidado el libro. Era uno encantado. Eficiencia V. Lo admiró por unos segundos antes de abrir sus páginas y mirar el contenido. Su prelectura le trajo un buen sabor de boca.

Caminó con cuidado hasta las mesas de la biblioteca, teniendo un cuidado especial en no fijar su vista en la mesa de encantamientos que estaba consumiendo aquellas curiosas letras poco a poco. Falló cuando pasó cerca y el libro giró en su dirección repentinamente, llamando su atención al instante. Skeppy suspiró, pero no pudo evitar dedicarle una pequeña sonrisa a la mesa. Sabía que hacerlo era tonto, ¿y qué? Él mismo ya era, en sí, bastante tonto.

Continuó con su camino hasta llegar a la mesa de la biblioteca con el libro que brillaba en colores morados y rosados. Y comenzó a leer. Se sintió como siempre: un choque. Le recordaba a cinco años atrás, cuando empleaba todas sus tardes en la biblioteca leyendo cada libro que tuviese siquiera la palabra Nether en su contenido incluso cuando en esos entonces detestaba leer. Pero también se sentía como un par de años atrás, cuando estaba en la casa de Techno, como todo un parásito, aprendiendo bajo la tutela del piglin bruto cómo leer el extraño lenguaje en que estaban escritos esos libros.

Y ahora estaba allí. En el presente. Varios meses habían pasado desde que cruzó el portal de vuelta a su hogar. Todo se sentía como si hubiese sido un sueño.

Pronto se sumió dentro de las hojas. Estaba a medio del apartado sobre la historia del encantamiento, leyendo sobre cómo gente miles de años en el pasado había descubierto la magia necesaria para crear el encantamiento de Eficiencia, cuando su comunicador comenzó a vibrar dentro de su bolsillo. Era una alarma. La había configurado antes de ir a la biblioteca como un recordatorio para salir de allí a tiempo.

Frunció un poco el ceño y pensó por unos instantes en qué tan malo sería llegar un poco tarde en favor de terminar el apartado que estaba leyendo, pero su sentido de la responsabilidad le ganó. Cerró el libro con un suspiro y caminó de vuelta hasta donde lo había tomado. A diferencia de los libros normales, los libros encantados se guardaban en cofres y no en estanterías. La gema recordaba con una sonrisa la cara extraña con la que le miró el encargado de la biblioteca la primera vez que le vio acercarse a los cofres en lugar de a una estantería. Su rostro pasó tan rápido de la felicidad por volver a verlo a la pura y misma confusión. Y no hizo nada más que ponerse más confuso conforme observó como Skeppy realmente comenzó a leer esos libros. Fue tan gracioso. A día de hoy, ya se había acostumbrado a ese intercambio silencioso.

Salió de la biblioteca despidiéndose del dependiente con un movimiento silencioso de cabeza. El hombre le sonrió al verlo pasar. Una pequeña rutina que seguía pese a los años en que no se habían visto en absoluto.

Caminó por las calles, mirando cada pequeña estructura que había, varias de las cuales se habían alzado en sus años de ausencia. Su pueblo era uno construido por todos con sus propias manos, casa por casa, edificación por edificación. Quizás habría dicho que le ponía nostálgico si no fuese porque se apresuró a andar por las calles de ladrillos de piedra, siendo distraído cada tanto por alguien que le saludaba. Después de unas cuantas vueltas por allí, llegó hasta su destino.

Era una simple banca del parque, donde una persona bastante familiar le estaba esperando mientras tarareaba alguna canción que la gema no reconoció. Era nueva. Y aún así, ya le gustaba.

¡Bad! llamó con una voz demasiado aguda. Pero esa voz no irritó a quien le esperaba, sino que, al contrario, se giró en su dirección y le miró directo a los ojos para dedicarle su mejor sonrisa.

¡Skeppy! saludó con el mismo ánimo. La gema corrió hasta que llegó a la banca y se dejó caer a su lado―. Llegas temprano ―declaró el demonio mientras su cola se agitaba de un lado a otro detrás de él. Skeppy sabía mejor que nadie que eso significaban nervios.

Mente en blanco [Skephalo]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora