A n h e l o A l t e r a d o

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シ︎

Jamás había visto un chico tan peculiar como él, sus manos siempre se encontraban dentro de las mangas de su gran suéter azul, su mirada oculta a la mía por andar siempre cabizbajo, «¿Qué será eso tan interesante que ves en el suelo del autobús?».

Su desordenado cabello azafrán que contrasta con su piel pálida, a la cuál lo único que le daba un toque de color son unas pecas que salpican la mayor parte de su cuerpo como si de pintura se tratase, es adorable, es lo que siempre quise.

Su apariencia, aunque encantadora, era lo menos que me parecía atractivo de él. Sus movimientos, sus despistes, torpeza, ternura... Solo lo había visto un par de veces en el autobús que me llevaba a casa luego de mi trabajo de medio tiempo y ya lo tenía en consideración para ser la persona que estaría unida a mi hasta la muerte.

Había querido acercarme a él, pero... ¿Qué le habría dicho? “¡Hola, extraño! Te he visto todos estos días como pendeja mientras vamos en el autobús y algo en mi interior me  grita que seríamos la pareja perfecta.” ya saben, súper casual.

Tenía que tener un buen pretexto para dirigirle la palabra, así que se me ocurrió la brillante idea de preguntarle la hora.

Justo el día que me propuse a intentarlo, el autobús estaba lleno de personas que no colaboraban en lo absoluto para lograr mi cometido. Con mucho cuidado de no lastimarme entre el mar de gente que me asfixiaba en la parte tracera de el autobús, logré acercarme lo más que pude, solo estaba a dos pasos de por fin atreverme a hablarle.

Con toda la seguridad del mundo, di el primer paso, el segundo y...

¡Ahhhhh! ¡Hijo de la grandísima pu—
Un condenado pendejo me pisó mi pie derecho ¡Y yo ese día andaba en sandalias!

—¡Dios! Lo lamento mucho, en serio, no era mi intención.— exclamaba, genuinamente preocupado, mientras se agachaba junto a mi, que por si fuera poco me senté , a causa del dolor en el mugre piso del autobús que se había detenido, ya que habíamos llegado a la siguiente parada.

—¡Ya, ya, ya! No es necesario que te disculpes.— dije, cuando realmente por dentro le estaba gritando un diccionario entero repleto de maldiciones e insultos. Él chico aún se disculpaba y se ofreció a compensar su torpeza invitándome a cenar, lo cual rechacé sin detenerme a pensarlo un segundo para luego levantarme y buscar con mi mirada a... ¿A dónde diablos se fué?

El autobús comenzó a avanzar y me percaté, gracias a una de las ventanas, que él se había detenido en la parada anterior, Genial.

Así pasaron varios días, en los que durante mis horas de comer en mi trabajo se me ocurrían diferentes excusas para acercarme y hablarle de cualquier cosa, tanto lo había planeado que hasta ya se me había ocurrido como le pediría que nos casemos. ¡Hey! No me miren así, estamos en el siglo veintiuno, puedo tomar la iniciativa y ser yo la que le pida estar unidos hasta que la muerte nos separe.

Hasta que un día se me ocurrió el plan perfecto.

El plan era hacerme la pendeja y caer sobre él, yo me disculparía de mil y un maneras y usaría la técnica que el chico del otro día usó conmigo, es lo único que le agradezco al condenado. Le insistiría tanto que no le quedaría otra que aceptar acompañarme a tomar un café y luego nos haríamos amigos, mejores amigos, novios, prometidos, esposos, padres...

En pocas palabras, estaba segura de que mi plan no tenía margen de error.
«¿Qué podría malir sal?»

El día estaba a pedir de boca, ligeramente nublado, fresco y él estaba más lindo que nunca. Sus mejillas sonrojadas me causaban inmensa ternura, cómo me gustaría poder ver el color de sus ojos.

Él estaba frente a la puerta delantera de el autobús y, para mí sorpresa, no habían muchas personas levantadas como otros días. El sol iluminaba lo que podía percibir de su rostro: pecas, sonrojo, ternura y cabello azafrán.

Me quedé anonadada con su peculiar belleza hasta que el autobús se echó a andar y me dí cuenta de que debía comenzar con mi plan, era mejor hacerlo temprano que tarde así que me acerqué con cuidado ya que el inconciente conductor no le importaba si me iba de hocico gracias a la velocidad que llevaba, así que iba agarrándome con fuerza de los asientos  hasta que estube atrás de él.

Estaba nerviosa, muy nerviosa.

Solo distinguía su silueta obscura gracias a qué él estaba de espaldas a mi y la puerta dejaba entrar una gran cantidad de luz solar. Así estuve un rato, paralizada por el nerviosismo, el miedo y la impaciencia, pero en un Momento de coraje me dije que debía hacerlo, que debía demostrarme a mi misma que si podía conseguir mis objetivos, así que me lanze hacía él, aferrándome de su cintura y así caer unidos.

En parte salió como lo esperaba, solo que en lugar de caer en el suelo del autobús, caímos en el pavimento de la carretera principal y fuimos arrollados repetidas veces por una gran cantidad de camiones de carga que nos aplastaron unificando nuestros cuerpos uno encima del otro.

Sin duda terminamos unidos hasta la muerte.

Alma inestableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora