M a r í a

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¿Qué le sucede?

Tiene la mirada perdida en algún punto de la carretera. Nunca voltea, nunca se inmuta, nunca se mueve, nunca cambia su expresión.

¿Estará sufriendo?

¿Porqué deja caer lágrimas sin cesar por su rostro pero siempre muestra una expresión neutral?

¿Porqué me importa tanto? Solo es mi vecina de el frente, la vecina a la que espió todos los días mientras friega los platos a la misma hora y en el mismo lugar desde que cumplí ocho años y, a pesar de ya estar a punto de cumplir los diecinueve, sigo observando, tratando de descifrarla y sin saber porque tengo esta jodida obsesión.

Cuando la vi por primera vez, estaba en la calle que nos separa jugando con una pelota, la pateé muy fuerte y cayó en el pequeño jardín de su casa.

Ahí estaba, en su ventana, fregando platos, a las tres de la tarde, con lágrimas corriendo por sus mejillas y sin ninguna expresión, mirando algún punto de la calle, quizá imaginándose en algún mundo feliz lejos de su cruda realidad, la cual no tengo idea de cuál sea a pesar de tantos años observándola.

En ese momento me quedé como tonto mirándola, pero ella no se movía. Me costaba creer que siquiera estuviese respirando. Me preguntaba porque me hipnotizaba y desde entonces mi curiosidad comenzó a crecer hasta el punto de observarla todos los días desde la ventana de mi casa.

¿Porqué la observo? No tengo idea, no hay un porqué, es solo mi inmensa curiosidad que me ínsita a hacerlo. Tal vez quiero saber que se esconde entre esas neutras paredes, entre esa fría expresión de sufrimiento o entre esos silenciosos sentimientos que teme demostrar.

Nunca sale. Nunca la he visto en otra parte que no sea esa ventana que está frente al fregadero y donde friega los platos. ¿No estudia? ¿No jugaba de pequeña? ¿Solo se la pasa encerrada?

No vive sola. Supongo que los señores que salen siempre a las cinco de la mañana con elegantes trajes son sus padres y llegan a las doce para luego irse de nuevo a las cuatro horas y quince minutos de la tarde, pero no he visto a nadie más salir de esa rara casa.

La casa parece salida de una película antigua, no sale de la escala gris, lo único que le da un toque de color es el césped de el jardín frontal que siempre está perfectamente cortado.

Ella es hermosa, aunque siempre esté cubierta con un enorme suéter blanco que cubre sus brazos hasta sus muñecas, aunque sus ojos siempre estén ocultos a mi mirada, aunque sus rosados labios siempre estén secos e inmóviles. Su largo cabello negro siempre está recogido por una coleta resaltando su rostro perfilado y su puntiaguda nariz, sus lágrimas dan un toque de color por el sol al reflejarse con ellas en su muy pálida piel. Es muy hermosa ante mi.

Ya son exactamente las cuatro en punto de la tarde. Como de costumbre, agitará sus manos para secarlas y se perderá entre la oscuridad de su hogar para volver a lavar los platos mañana...

Ya son las cuatro y un minuto y aún no se ha movido ni un centímetro. Tiene un pañuelo en su mano izquierda y un cuchillo en la derecha, lo está secando con mucha paciencia.

Esto es nuevo, esto no es normal en ella. Hace dos minutos que debería haber desaparecido pero ahí sigue.

Pasaron doce minutos y ella aún no se ha movido. Aparece su madre por detrás con una expresión de clara furia en su rostro mientras la voltea bruscamente y le da una bofetada que se alcanzó a escuchar en mi casa. No entiendo que sucede así que trato de acercarme para escuchar.

—¡¿Porqué aún no has terminado?! —gritó su madre, una señora muy parecida a ella físicamente, mientras la zarandeaba. —¡¿Qué carajos te sucede?! ¡Deberías haber terminado ya! —Otra bofetada. —¡Debes ser perfecta, María! ¡Debes ser puntual! ¿Lo olvidas? ¡Perfecta! —Y otra bofetada, solo que ésta vez fue la chica, que ahora sé, se llama María, la que se la dio a su madre.

Eso me dejo completamente paralizado.

María clavo el cuchillo que tenía en su mano en el costado de su madre quien calló al suelo y yo la perdí de vista. Apareció su padre quien la insulto de todas las formas posibles en una sola oración para luego lanzarsele en sima, pero ella en un sencillo movimiento le clavo el cuchillo en el pecho haciéndolo caer también.

Sin pensarlo demasiado saltó por la ventana, aquella donde tantas veces la vi fregando platos se convirtió en el proyector de su asesinato.

Al salir dio un largo suspiro. Estaba frente a mi, en la calle y yo en mi casa. No dude en salir corriendo a la puerta, era una locura, pero quería verla.

Solo vestía ese gran suéter blanco que ahora tenía grandes manchas rojas por todas partes y que le cubría un poco más abajo de la mitad de los muslos. El cuchillo aún estaba en su mano dejando un camino de sangre al andar. Estaba descalza y sus blancas piernas cubiertas de pequeñas pero abundantes cicatrices, todas del mismo tamaño formadas en columnas casi perfectas.

Por inercia me acerqué un poco más y al fin me miro a los ojos. Unos hermosos y profundos ojos grises que encajaban perfectamente con su aura y su alma.

Como si supiera que había presenciado todo, me sonrió y se me acercó lentamente. Pude verla más a detalle y sin duda alguna ahora confirmo que es hermosa.

—Sé que haz estado vigilandome todos estos años. —Su voz era Hipnotizante, firme pero a la vez dulce y profunda, sin embargo lo que más me impactó es que... Ella sabía que la espiaba. —Es mi turno de devolverte el favor. —Me regalo una gran sonrisa y se acercó a mi mientras me rodeaba con sus brazos. Le correspondí el abrazo y me tomé el atrevimiento de acercar mi rostro a su cuello embriagandome con su olor a rosas y carbón, extrañamente adictivo. Ella se apego más a mí y me susurro al oído. —Te haré libre. —Me apuñaló por la espalda, nunca mejor dicho, y me dejo desangrarme en medio de la calle mientras su silueta alejándose y jugando con el cuchillo fue lo último que vi antes de morir desangrado.

Alma inestableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora