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Cada segundo se había vuelto eterno, sin embargo las manecillas del reloj no parecían estar de acuerdo con mi sentir, hasta creo que trataban de contradecirme, avanzando más rápido, pero no me importaba, en mi mente cada segundo a su lado era eterno mientras durara.
El olor a lavanda que desprendía tu rebelde cabello rojizo me embriagaba, me dejaba llevar y lo acariciaba. Podía sentir como mis manos ásperas contrastaban con la suavidad del mismo.
Inhalo y recuerdo, exhalo y contemplo su rostro impecable, pecas, frío y claridad.
Hace años te conocí, me enamoré perdidamente en cuanto vi el color tan peculiar de tus ojos. No eran verdes, no eran miel, no eran pardos, o azules; era una extraña mezcla de todos esos colores que fascinaban a cualquiera que pudiera contemplarlos.
Eras tan delgado, hermoso, escurridizo, adorable, con una sonrisa que solo podía irradiar tranquilidad y paz.
Mi corazón se aceleraba cada mañana al verte pasar frente a mi, y me preguntaba que había hecho para merecer tenerte en mi vida.
Te convertiste en esa estrella que me guiaba en la oscuridad que alguna vez consideré vida.
Dejé a un lado todo por ti, me abriste los ojos y decidí tomar las riendas de mi vida y la tuya, ya que a partir del momento en que te hiciste parte de la mía se volvió una sola.
Debo darte las gracias, por el simple hecho de haber existido y de ser parte de mi vida, porque si no hubieras llegado, probablemente estaría muerta.
Estaba casada con un hombre cruel, un hombre que usó su mejor labia para engañarme, dónde me prometió una vida tranquila, llena de amor y vitalidad que nunca llegó, o al menos nunca llegó junto a él.
Eran repetidas las veces que me golpeaba, humillaba verbalmente e incluso me violaba al día.
Me sentía miserable a su lado, y muchas veces intenté quitarme la vida, pero todas fallidas, y cuando él se dio cuenta de lo que intentaba, el infierno que creía haber vivido no fue comparado a lo que le siguió.
Me encerró en una habitación, sin comida, agua o siquiera un rayito de sol al cual pedir algo de compasión. Llegaba, me golpeaba repetidas veces por no hacer nada en la casa, ¿y como coñoe'lamadre quería que lo hiciera? Si me tenía atada de manos, literalmente, en la puerta del closet, del que solo me desataba en las noches luego de dejarme incontables moretones y cicatrices para violarme hasta el cansancio, volverme a atar y echarse a su asquerosa cama como el cerdo que era hasta las once horas del día siguiente.
Y todo su odio se debía a que no había podido darle un hijo.
Luego de nuestro matrimonio intentamos concebir un embarazo, todos intentos fallidos, hasta que nos hicimos pruebas de fertilidad y resulté ser estéril.
No fue nada fácil para mí tampoco, pero traté de animarlo, sugiriendo que podíamos alquilar un vientre o adoptar, pero se negó y poco a poco la relación se marchitó.
No llegaba a casa por varias semanas y cuando lo hacía llegaba ebrio con el solo motivo de insultarme.
Los insultos al poco tiempo se volvieron humillaciones, amenazas, golpes...
Hasta que terminé en ese terrible abismo oscuro, sin una vida propia, sin esperanzas.
Una noche llegó y me encontró tirada, con la mirada perdida y justo antes de que pudiera darme la primera de muchas cachetadas, solté un grito agudo de dolor y mucha sangre empezó a correr desde mi entrepierna, manchando mis muslos y el suelo de la habitación.
El muy maldito quedó paralizado ante la escena y solo escapó como un malparido cobarde dejándome sola, pero al menos dejo las puertas abiertas, lo que me permitió arrastrarme hasta llegar a la carretera y pedir ayuda.
Un auto azul celeste se detuvo y una señora de unos cuarenta y pocos años bajó de el, contemplando horrorizada por unos segundos como intentaba arrastrarme y pedir auxilio.
Me levantó con rapidez para llevarme a los asientos traseros del auto, preguntó mi nombre y me llevó hasta el hospital más cercano, dónde me atendieron.
Resulta que tenía poco más de seis meses de embarazo.
Mi mente estaba a punto de estallar, no sabía si de confusión, alegría, emoción, miedo o quizás era todo junto.
Corría el riesgo de perderte.
Fueron horas que se me hicieron eternas, sobre todo luego del parto; Tuvieron que hacerte miles de exámenes, un par de cirugías y colocarte múltiples inyecciones para intentar salvar tu vida y milagrosamente viviste para poder verte, contemplarte, disfrutar cada segundo a tu lado.
Un par de meses después pude llevarte conmigo, estaba viviendo con mis padres, que no tenían idea del martirio que estaba viviendo ya que Daniel, mi ex esposo, los había llenado de mentiras, diciéndoles que llevaba meses desaparecida. Ellos, al no poder movilizarse hasta mi estado por problemas de salud, no pudieron hacer más que creerle al muy imbécil.
Ese día fuí a buscarte con tu madrina, Clara, la mujer que me ayudó el día que naciste y que desde entonces se ha vuelto como una hermana para mí. Ella es abogada y fue quien me ayudó con el divorcio y la demanda dirigida a Daniel.
Me encontraba tan eufórica por llevarte conmigo a nuestro hogar.
Fue un completo milagro cada parte de tu ser, cada parte de tu llegada a mi vida y no hay palabras, acciones u objetos suficientes con los cuales pueda agradecerte. Mi mundo se iluminó con un pequeño destello de luz, contigo amor mío.
Ismael, hijo, fuiste esa estrellita que resplandeció con insistencia cuando creía que ya todo a mi alrededor era solo penumbras y soledad.
Mi vida comenzó a girar a tu alrededor.
Y es que fue algo inevitable; con tu sonrisa, tu voz dulce y armoniosa que al cantar creía asentir a la perfección aquello que los marineros describían cómo el hechizo hipnótico de las sirenas, tu cabello rojizo que resplandecía con el sol y tus alargados y brillantes ojos arcoíris.
Todo en ti, para mí, era más que perfecto y radiante. Y nada más me alegra que habértelo hecho saber cada día de tu vida.
Ayer cumpliste 18 años. Te preparé una fiesta a la tarde con tus amigos y familiares más cercanos, todos estábamos ansiosos por qué llegaras, como habíamos quedado, a las 5 pm, sin embargo, nunca llegaste. Cuando el reloj dio las 7 pm ya estábamos más que preocupados, todos sabíamos que eras una persona muy puntual y que lo que sucedió era algo anormal tratándose de tí, así que empezamos a buscarte, y fuí yo quien te encontró.
Sí, fuiste una estrella en mi vida, una que cambio muchas cosas, una que me llenó de vida y que devolvió todo lo que creía haber perdido, pero nunca me di cuenta de que eras una estrella fugaz. Hoy te hablo con todo lo que me queda: tristeza e impotencia, y frente a todos los que hoy están presentes para despedir a mi querido hijo, quien murió atropellado por culpa de una maldita niña que lo empujó y quien también murió a causa de varios camiones de carga que demacraron sus cuerpos, quiero hacerles una confesión.
Creo que todos estamos de acuerdo con ese dicho que puede sonar muy cursi o repetitivo, pero también puede que sea uno de los más ciertos, y es que no hay amor como el de madre. Madre es la que cuida, madre es la que educa, madre es la que todo da por sus hijos.
Hoy, aquí y ahora, he decidido que no puedo seguir viviendo después de haber quemado mis manos tratando de conservar fragmentos de mi estrella fugaz.
Y fue así como frente a la mirada atónita de todas las personas que escuchaban mi discurso de despedida, saqué una pistola de el bolsillo de mi falda para dispararme en la entreceja, las veces suficientes para perder el conocimiento y morir entre gritos, llanto y junto al pequeño cofrecito que contenía a mi estrellita fugaz calcinada que nunca podría resurgir de las cenizas a la vida como si de un fénix se tratase.
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Alma inestable
Acak¿Alguna vez te has atrevido a adentrarte en la mente de otra persona? Saber sus miedos, sus secretos más oscuros, anhelos y como estos pueden ser destruidos. A través de la literatura podemos dejar pequeñas pistas para comprender la complejidad de n...