A n s i e d a d

55 4 0
                                    

Miro arriba, luego abajo, a un lado y luego al otro para seguidamente mover mis pies en círculos mientras muerdo los pequeños cueritos al rededor de la punta de mis dedos ya que no me quedan uñas que morder.

No paro de escuchar murmullos, ojalá se callaran. Últimamente hasta el más mínimo sonido logra alterarme, ¿qué me sucede? Estoy entrando en la locura. Pensamientos aleatorios entran en mi cabeza, a veces cobran sentido en mi distorsionada percepción de la realidad, puede que en algún momento lleguen a rimar como si de un poema se tratase y del cual no pudiera escapar, justo ahora no soy más que un enredo literario que intenta escapar de la realidad cantando canciones de cuarteto de nos, ¿me he perdido? Sí, nuevamente he perdido el hilo de lo que decía.

¿En qué momento volví a sentirme de esta manera? No lo recuerdo, de un momento a otro una cancioncita estúpida y repetitiva empezó a sonar en mi cabeza. ¡Cállate, cállate, cállate, te lo suplico!

Me levanto de la cama y comienzo a dar vueltas por la habitación, son las 3 de la mañana y mis familiares aún están despiertos por el cumpleaños de mi hermano. Odio dormir cuando aún todos están levantados, simplemente no logro conciliar el sueño, me abruma y exaspera saber que hay gente corriendo por todos lados mientras yo estoy en un estado de inconsciencia.

Mi respiración se agita. No quiero seguir aquí. Un “la, la, la, la, la” suena en mi cabeza y no se cansa de repetir. ¿Qué me sucede? ¡¿Qué carajos me sucede?! Soy cautiva de mi propia mente y del sobrepensar constantemente.

Comienzan a doler mis dedos de tanto morderlos, me he sacado hilos de sangre y eso hace que me angustie más, debo dejar de hacerlo, debo dejar de hacerlo. ¡¿Cómo coño dejo de hacerlo?!

Salgo rápido de mi habitación, dando un fuerte portazo y me dirijo a la cocina a paso apresurado, necesito algo que me quite estas ansias. Mi estómago duele, comí demasiado durante la cena de celebración de el cumpleaños pero necesito comer más. Sobre la mesa de dulces veo un tazón repleto de cotufas que los niños no han querido. No dudo en llevarlas conmigo, nadie se percatará de su ausencia. Adoro como estas logran calmar un poco mi estado. El olor a mantequilla y el sabor a sal es perfecto, llevo una gran cantidad a mi boca y mastico con satisfacción, realmente adoro las cotufas, no importa cuántas coma, no siento que me llenen y me quitan una gran carga de ansiedad. Cuando las termino miro al techo y me pierdo por un largo rato en el, la maldita canción no se ha ido y tampoco logro descifrar dónde fue que la escuché por primera vez. Me levanto nuevamente de la cama, el alivio no duró mucho, pero al menos ya no quiero seguir mordiendo mis dedos.

Al lado de mi cama hay un gran espejo, de reojo me miro en el y me arrepiento al instante. Que asco que ya se me marquen todos los huesos, la clavícula, las costillas, mi cadera, mis piernas son casi del mismo grosor que mis brazos. Nunca entenderé porque a pesar de comer tanto nunca logro subir de peso, eso me frustra. Me siento en el piso mientras me sigo mirando al espejo y veo mi pálido rostro, como si sufriera de alguna enfermedad, veo un montón de acné en mi cara y siento la necesidad de apretar, mis manos poco a poco se acercan a mi rostro pero en un impulso me levanto y salgo nuevamente de mi cuarto para ir a la cocina.

Busco con desesperación un baso, pero extrañamente no encuentro ni uno solo, necesito agua, con urgencia. Voy hacia donde se lleva a cabo la fiesta y encuentro un par de vasos en la mesa con agua y hielo,  agarro uno con rapidez y lo llevo a mis labios para saciar mi sed pero me doy cuenta de que es alcohol cuando ya he tragado la mitad del contenido y unas náuseas descomunales me invaden, tiro el vaso a un lado y vomito todo lo que había ingerido sobre mi. Los invitados voltean a verme, algunos con extrañeza, otros con asco y algunos otros con pena, los niños comienzan a reír desenfrenadamente y no me queda más que salir corriendo al baño más cercano.

Cierro con llave y me agacho frente al retrete mientras violentas arcadas me hacen seguir vomitando. Unos minutos más tarde las arcadas continúan pero ya no queda nada en mi estómago que pueda sacar, así que decidí alejarme y tratar de levantarme para lavar mi cara en el lava manos, pero en el intento resbalo y caigo de espaldas al piso y golpeo mi cabeza con una pared.

Todo empieza a dar vueltas. Escucho como alguien intenta abrir la puerta, pero no puedo moverme, todo el cuerpo me pesa, parece la voz de mi papá, luego dejo un rato de escuchar voces pero en unos minutos es mi mamá quien llama a la puerta, sin embargo no logro entender nada de lo que dice.

Mi cuerpo está muy débil y adolorido, no dejo de pensar, quiero detenerme, quiero que esté sentimiento se quite. Miro con dificultad mis borrosas manos e intento masticar lo que pueda de ellas sin mucho éxito, duelen al contacto y las vuelvo a dejar tiradas en el suelo. Trato de mirar al techo, todo es muy confuso, no debí salir de mi cuarto, no debí comer esas cotufas, pero estaban deliciosas. Ahora que lo pienso, ¿quién lleva alcohol a una fiesta para niños? ¿Eso no es ilegal? Estoy muy confundida. ¿Porqué pienso estas cosas ahora que me siento tan extraña?

«La, la, la, la, la».

¡Esa maldita canción otra vez!

Ese sentimiento de rabia me hace levantarme, como si hubiera recargado mis energías. Me sostengo del lava manos y miro de frente mi reflejo otra vez con furia, quisiera escupirme pero mi garganta está seca. Llevo mis manos a mi cabeza con brusquedad y doy fuertes tirones. Maldito tinte rojo que me ha arruinado el cabello, maldito alcohol asqueroso que me produjo náuseas, maldita canción que no deja de sonar en mi cabeza. Cállate, cállate... ¡CÁLLATE!

nuevamente siento como una arcada sube por mi pecho y termino vomitando una gran cantidad de sangre sobre el lava manos al mismo tiempo que se abre la puerta del baño, veo la sangre escurriendo por los bordes del lava manos y escucho gritos sin sentido de mis padres, giro mi cabeza hacia la puerta y veo sus miradas perturbadas.

—Tranquilos, estoy bien...—Es lo último que digo antes de perder el equilibrio y volver a golpearme la cabeza contra la pared, está vez para no despertar.

Alma inestableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora