02

675 110 8
                                    

Narra Gordon

Las semanas pasaron, y los agentes de policía seguían buscando toda pista existente sobre la desaparición de Toni Gambino. Conway aseguraba que éste había caído desde lo alto de la fábrica, así que si el cadáver no estaba allí, sólo había dos posibilidades razonables:

1. Alguien -posiblemente algún mafioso- se había llevado el cuerpo, tal vez porque los Gambino y ellos tenían cuentas pendientes o algo por el estilo.

2. Toni estaba vivo y se las había arreglado para huir.

Conway pasaba las noches en vela, encerrado en la comisaría, tratando de encontrar una solución al problema que teníamos entre manos.

Nos llegó la noticia de que Carlo Gambino se había suicidado, así que si Toni no había muerto en la caída, terminaría siendo el último miembro de la mafia vivo.

A demás, a pesar de no estar del todo seguro, podía asegurar que Conway había desarrollado algún sentimiento a parte hacia Toni.

Muchas noches yo mismo iba a la comisaría en busca del azabache, a rogarle que se fuera a dormir y que comiera algo. Ahora que «su hijo» ya no estaba con él, Conway no tenía a nadie a quien pedir ayuda, y yo era la persona más cercana a él en ese momento.

Se sentía mal por todo. Mal por ser un padre de mierda. Mal por haber llevado a su hijo al suicidio. Mal por no haber podido proteger a Toni. Mal por no haber controlado a Jacky. Mal porque según él siempre me está molestando, y dándome problemas constantes en vez de valerse por si mismo como un adulto debería de hacer.

Muchas noches le gritaba a Jacky, acusándole de todos los problemas que le había causado. Éste no se quedaba callado, evidentemente, y le recordaba las mismas mierdas de siempre.

«Solo sirves para matar, Jack»

«Te han usado toda la maldita vida»

«No vas a encontrar nada, no importa cuánto busques»

Todo termina por caérsele encima al pobre Jack.

Por suerte estaba ahí, ayudándole en todo lo que podía.

— Sabes que nos estamos aferrando a un clavo ardiendo ¿Verdad?  — le comenté una mañana, mientras tomábamos café.

— ¿A qué te refieres? — respondió él, colocándose sus lentes oscuros, tapando sus ojos inchados.

— Que no sabemos si realmente está vivo, y aferrarse desesperadamente a esa posibilidad no es nada sano, ni para ti ni para mí — estaba serio, más que nunca antes en mi vida.

Conway sabía eso. Sabía que no podía aferrarse a eso como única esperanza, y que cuanto antes empezara a rehacer su vida mejor sería para sí mismo.

Suspiró — Sí, lo sé. Pero ¿Qué se supone que haremos si no?

Yo también suspiré, cansado de toda la mierda de los últimos meses.

— No lo sé, Jack, no lo sé.

La taza de café vacía fue dejada con fuerza sobre la mesa, sobresaltándome

— Esto es un vivir por vivir, y no sé ni de donde estamos sacando la esperanza — Conway se limpio la boca con el dorso de la mano, marchándose de allí a paso rápido.

— ¿Quieres salir a patrullar? Nos vendría bien a ambos.

— Sí, pero no contigo. Hoy saldré con un cadete, para enseñarle cosas nuevas y bla bla bla — le respondió, dándome la espalda.

— Ah, comprendo. Yo también buscaré a alguien con quien patrullar. Quizás Santoyo esté disponible.

— Pues nos vemos a la hora de comer, David — Conway hizo un gesto de despedida, el cuál imité.

— Nos vemos.

Ambos ambos nos fuimos por distintos caminos, yendo a cumplir nuestros respectivos quehaceres.

Mientras todo ésto ocurría en Londres, de forma simultánea un mafioso vestido de incógnito se bajaba del tren en Lindo, un barrio apartado de la ciudad de Roma. Su gabardina oscura, sus lentes de sol y su gorro negro hacían que pasará desapercibido en los callejones sombríos.

Su caminata cojeante se detuvo frente a un edificio frente a la playa, el cual no se veía para nada cuidado. La madera de la fachada estaba descolorida, y varias ventanas estaban rotas.

Los recuerdos de él y su hermano entrenado y saliendo de ese edificio se le vinieron a la mente, cuando aún no estaba tan destrozado y sus padres les dejaban explorar las calles de su hermosa ciudad.

Ese edificio estaba abandonado desde que Toni tenía memoria, y era uno de los mejores lugares en los que podía quedarse ahora que era un delincuente buscado por el FBI.

Abrió la puerta de madera con fuerza, haciendo una mueca al oír las bisagras chirriar. Todo estaba lleno de polvo y telarañas, pero nada que con una escoba no se pudiera arreglar.

Dejó su muleta tirada en el suelo, acercándose a un sofá algo roto y sucio que había allí.

— Probablemente alguien sin techo lo dejó aquí, o lo recogería de la basura, quién sabe.

Algo que solía hacer mucho era hablar consigo mismo, como un método de tranquilizarse y desahogarse. Suspiró, echando la cabeza hacia atrás.

— Todo es una mierda. Si hubiera muerto aquel día... Todo sería muchísimo más sencillo — miró a su alrededor antes de continuar —. Y no estaría en esta mierda de sitio. Qué asco. Yo soy un hombre italiano, de lujos y cosas de calidad. No puedo creer que estoy viviendo en una casa abandonada y llena de ratas —. Se acostó en el sofá, usando sus manos como almohada y mirando al suelo con algo de pena —. Supongo que así es como se sentía Carlo cuando se quejaba de la granja. Quizás tendría que haberlos sacado de allí antes, nos habríamos ahorrado muchos problemas.

Cerró sus ojos, dispuesto a conciliar el sueño.

— Pero qué más da, de todas formas no podría haberlo hecho. A duras penas podía vivir yo en esa mierda de hostal.

Con esas últimas palabras formuladas, el silencio reinó en la habitación, y la mente de Toni entró poco a poco en el mundo de los sueño.

Hierba Mala Nunca Muere  •  Tonway Donde viven las historias. Descúbrelo ahora