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— ¿Entonces aceptas que el PNH está robando dinero de los impuestos de los ciudadanos? — preguntó, dando un golpe sobre la mesa.

— Por supuesto que no, ya se lo he dicho cuatro veces.

— Hijo de tu puta madre...

Toni se llevó una mano a la nuca, rascándose cómo método para calmarse. Esa sala de interrogatorios tenía un ambiente de lo más incómodo, y no sabía si solo era él, pero estaba deseando marcharse.

— Voy al baño, ahora vuelvo.

Se levantó de la silla lentamente, siendo observado de reojo por Conway. El camino hacia el baño no fue muy relajante que digamos. Lo pasó divagando entre sus pensamientos, pensamientos bastante inquietantes.

Hacía días que le pasaban cosas raras; voces que sonaba de repente en su mente, tratando de convencerle para hacer cosas, golpear o tirar objetos de forma involuntaria, tener pequeñas pérdidas de memoria, cómo de una hora o dos...

Y la más inquietante de todas: sentirse constantemente observado y desprotegido.

Creía estar volviéndose loco.

Salió del cubículo ahora algo más tranquilo, abriendo el grifo para lavarse las manos y salpicarse algo  de agua en la cara.

Cuando volvió a levantar la mirada creyó que se vería sí mismo reflejado en el espejo, pero lo que vio le dejo helado.

En el cristal, mirándole con unos penetrantes ojos azules, se encontraba un hombre vestido con un traje a rayas, maquillado como payaso y con el pelo rubio peinado hacia atrás. No le costó mucho más reconocer que se trababa de él mismo, y en su rostro se formó una expresión de horror.

Se llevó las manos a la cara, tratando de quitarse la pintura que supuestamente tenía en ésta. Asustado volvió a abrir el grifo, lavándose la cara insistentemente.

Al levantar la vista de nuevo todo volvió a la normalidad.

Salió del baño dando un portazo, caminando a paso rápido y con la mano levemente temblorosa.

Algo no estaba bien, algo no estaba para nada bien. Se estaba volviendo loco, de alguna u otra forma.

— ¿Estás bien, Toni? No has comido nada.

Los nuggets de pollo del italiano seguían sobre la mesa, mientras que una patata frita era mojada una y otra vez en la salsa de queso, sin llegar nunca a tocar la boca del rubio.

Toni dió un ligero respingo al ser llamado, y una pequeña gota de salsa cayó en mitad de la mesa.

Jack lo miraba con una ceja alzada, interrogante.

— Estoy, solo... Un poco estresado por el trabajo y todo eso.

— Ya veo... — el azabache no parecía muy convencido con esa respuesta, pero tenía que pensar cómo decir lo que quería transmitir a continuación.

Toni volvió a bajar la mirada a su comida, mordiendo por fin la maldita patata.

— Sabes que puedes confiar en mí ¿No?

— ¿A qué viene esa pregunta? — habló, mirando de nuevo al azabache.

— Lo que quiero decir es qué... Puedes confiar en mí para contarme lo que sea. No sé si antes habría sido muy comprensible, pero en estos meses he cambiado mucho cómo persona.

La mano de Toni se acercó hasta la suya sobre la mesa, entrelazando los dedos de ambos de forma dulce.

— Estoy seguro de eso, Jack — el oji azul le regaló una nueva sonrisa, de esas que demuestran amor e inocencia a la vez.

Sintió cómo su cara ardía levemente, y dió un pequeño apretón a la mano contraria.

— ¿Confías en mí?

— Pues claro que sí, Jack. Te prometo que estoy bien. No te preocupes por eso ahora.

El silencio que apareció a continuación no fue incómodo, ni mucho menos tenso. Fue agradable, y ambos lo disfrutaron con sus manos juntas sobre la mesa de madera.

Toni terminó por comerse sus nuggets, y dieron por terminado otro día más en su jornada laboral.


Hierba Mala Nunca Muere  •  Tonway Donde viven las historias. Descúbrelo ahora