Tranquilidad Hogareña

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—¡Hi-chan! ¡Ryu-chan! —destacó con emoción Shoyo, alzando su única mano libre que no sostenía la enguantada de Sora

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—¡Hi-chan! ¡Ryu-chan! —destacó con emoción Shoyo, alzando su única mano libre que no sostenía la enguantada de Sora. Con su animado tono de siempre, fue más fácil el poder llenar de sonido la mañana en Miyagi, con el paisaje todo oscurecido y los primeros rayos del Sol a unos minutos de asomarse.

Ése era el último día del año, y habría un gran cambio en su rutina ya establecida por varios años atrás. Kageyama dio un bostezo, luchando para no cerrar sus ojos y quedarse dormido de pie, dando un diminuto bufido, al notar como el pequeño cuerpo de su Kazuya, se recargaba de él. La pequeña mandarina estaba dormida en sus brazos, su cuerpecito abrigado de pies a cabeza con grandes prendas para que el frío invernal no lo enfermaran, estaba demasiado cómodo, que de vez en cuando, restregaba su mejilla en el pecho del hombre, deleitando su tranquilidad por el calentito abrigo café que llevaba puesto el adulto.

Sora no pudo evitar soltar su emoción, dilatando sus pupilas cuando los dos jóvenes adultos bajaron del pequeño carro que Ryusei había conducido durante todo el camino. El coche era uno blanco, pequeño por fuera pero realmente muy espacioso y cálido en su interior. No era de Ryusei, era uno de los vehículos oficiales del negocio de sus abuelos, siendo delatado por el estampado de una montaña alta y un Sol naciente que anunciaba la ubicación de las aguas termales con un logo.

—¡Hola! —Hishou seguía siendo igual de ruidoso que siempre, levantando sus dos brazos al aire y corriendo los pocos pasos de distancia que los separaba de sus padres y hermanos, hundiendo sus zapatos deportivos en la nieve por cada paso en falso que daba.

—¡Hi-hishou! —El primero en hablar fue Sora, ya que aunque hablaba con él la mayoría de días, era cierto que lo hacía más feliz ver a su hermano. El niño de recién cumplidos 11 años, no se detuvo a enseñar una sonrisa torcida, sintiendo que el aliento cálido se le escapaba de la boca y su bufanda morada y chaqueta azul lo cubrían del aire frío.

Shoyo y Tobio les habían pedido que esperaran en la casa a los dos infantes para que no sintieran frío. Pero los dos niños se negaron, siendo Kazuya el más insistente hasta el punto de casi hacer un berrinche, se aferró a la pierna del azabache mayor de ojos azules, y se negó a soltarlo. Ahora entendían la insistencia ajena, el de cabellos alborotados de color negro soltaba la mano de su papá Shoyo, para poder estirar sus brazos al aire y dejarse envolver por los brazos de su hermano mayor.

Su grito de euforia se vio tragado al sentirse despegado del suelo, siendo elevado de forma certera por su propio hermano, para que éste pudiera aferrar sus piernas alrededor del abdomen de su hermano mayor y sus brazos alrededor de su cuello, recibiendo con felicidad discreta los tres besos que éste le dejó en su mejilla.

—Cada vez estás más pesado y grande —saludó con obvia felicidad, haciendo énfasis al tiempo en que no se vieron a la cara, y el cambio notable de su estatura y peso equilibrados a su crecimiento—. Cuando seas adulto, ya no podré cargarte —contó con risas, aceptando con facilidad, como el pequeño beisbolista dio un movimiento de cabeza. Tobio sonrió con levedad al ver la escena de sus dos hijos, y Ryusei se acercó con más calma a saludar primero a Shoyo.

Cinco Son Multitud ³ [KageHina Family] | En EdiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora