11 - DELILAH

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Luego de pasar la vergüenza en la biblioteca por culpa de Nathaniel, lo tomé del brazo y lo llevé conmigo fuera del edificio.

La entrada tenía unas escaleras preciosas bastante grandes y estaban hechas de concreto y en ciertos momentos del día se podía disfrutar de la sombra que allí había así que muchas personas normalmente se sentaban a pasar el rato.

—Podrías perder tu empleo por lo que acabas de hacer, ¿lo sabías?—le hablé entre dientes aunque nos encontrábamos ya afuera.—Amelie es muy estricta con las reglas de la biblioteca y la sala de estudios es uno de los lugares más importantes.

—Solo quería hacerte reír, estabas muy seria después de mirar tu celular antes de comenzar con la investigación. 

No dije nada, solo tomé el café que tenía en su mano y me fui a sentar en uno de los escalones donde había sombra. El clima era bastante fresco, se estaba acercando el otoño así que ya los días frescos cada vez serían más frecuentes.

Nathaniel se sentó a mi lado y sacó una galleta de la bolsa que tenía en sus manos dándole un mordisco mientras miraba en la misma dirección que yo. No estaba prestándole atención a nada en particular, solo me gustaba admirar a la gente viviendo en su propia burbuja. Nadie se daba cuentas de que les estabas viendo, realmente daba la impresión de que cada uno vivía en su propio mundo y esto era algo que no pasaba en Canadá.

Allá todo el pueblo se enteraba de todo, la gente caminaba mirando a los demás y buscando formar una conversación donde encontrar nuevos chismes o temas en común, pero aquí era diferente, nadie tenía demasiado tiempo para detenerse a ver la vida del otro, nadie quería hablar con los demás. Parecía que ya era suficiente con lo que cada uno manejaba en su propia vida.

Y creo que en parte esa era una de las cosas que más me gustaban de esta ciudad. Sin embargo, a mi lado tenía a Nathaniel, y yo sí me sentía interesada por su vida.

—Te traje un croissant de chocolate, espero que no seas alérgica o algo así.—lo fue sacando de la bolsita que tenía en sus manos.—Llevamos mucho rato trabajando así que me pareció necesario que comieras algo más.

—Gracias, ¿tú no bebes nada?

—Solo bebo café a la hora del desayuno y por acá no hacen el té tan bueno como en Londres.

Me reí, eso sonaba como una manía un poco caprichosa.

—¿Cuánto tiempo llevas en la ciudad?—pregunté con interés, pero definitivamente tratando de sonar desinteresada.

—Poquito más de tres semanas.—respondió con tanta naturalidad que me hizo sentir la confianza de continuar preguntando.

—¿Qué te trajo aquí?—le di un mordisco al croissant, esperando su respuesta.

—Quiero pensar que el destino.—me miró, ofreciéndome una servilleta.

—¿Qué quieres decir con eso exactamente?—acepté la servilleta y me limpié la comisura de los labios. 

—Creo que todos pertenecemos a un lugar en específico y a veces no tiene que ser necesariamente el lugar donde naciste, pero también creo que hay cosas, momentos y personas que te llaman sin ni siquiera darse cuenta.

Era la primera vez que lo escuchaba hablar de una forma tan profunda y confusa al mismo tiempo, no lograba entender del todo a lo que se refería, pero sonaba interesante.

Más allá del tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora