8. Fiebre

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Se dice que un segundo hijo tiene toda la diversión, sin embargo, parece que por el último año al segundo hijo Bridgerton le han golpeado diariamente por no cumplir alguna tarea... ¿o es que la fea mueca de disgusto en el hermoso rostro se le habrá quedado por un aire?

De un Lady Whistledown, 1814

Despertar en una cama vacía fue sorprendentemente triste para Elena Beaumont. No era como si esperara despertar al lado de alguien, nunca, pero luego de su interacción con el joven Bridgerton, no podía más que soñar con el tomándola en sus brazos y acurrucándose con ella hasta que su respiración se calmara, como antes.

Era temprano aún, lo notaba por cómo la luz se colaba por la pequeña ventana de la habitación, los pájaros ya se escuchaban cantar y la calle comenzaba a tener vida, hoy volvería a casa, suspiró, quizá no era la mejor opción, la temporada estaba en todo furor, Margaret estaría hecha una furia si no conseguía un marido y la verdad es que se quedaría como una solterona, esta era, al fin de cuentas, su cuarta temporada.

Elena se levantó a regañadientes, tomó sus cosas y las guardó en su pequeña valija, miró al rededor asegurándose de que no se le olvidara nada y a paso seguro marchó hacia la puerta, minutos antes había enviado a una muchacha del servicio a que le consiguiera un carruaje, esperaba que ya estuviera afuera y así no tener que toparse con Benedict... o peor. Trago duro.

Lord Jonathan Cassidy había dejado el hotel tan pronto como Benedict se metió a la habitación de Elena, debía planear algo, la joven Beaumont debía ser suya sin importar cómo. Poco le importaba que estuviera desfigurada, él había creado esa obra de arte y él la disfrutaría así fuera lo último que hiciera. No importaba que el segundo hijo ya la hubiera tomado o que alguien más lo hubiera hecho mientras él fuera el último... y no se refería a precisamente casarse con ella. Tenía un plan, sí, terminar lo que un día hace 3 años comenzó, ahora solo le hacía falta la puesta en marcha.

Benedict se levantó con una torcedura de cuello, el sofá en el que había dormido resultó completamente incómodo en todos los aspectos, no ayudaba que sus largas piernas sobresalieran y que su cuello hubiera tomado la posición más inapropiada para acomodarse. Así que refunfuñó, también tenía una resaca, las jóvenes que lo acompañaron la noche anterior despertaban con risitas bobas, comenzaron a vestirse en lo que Benedict interpretó como una "manera seductiva", pero de nuevo, poco le llamaban la atención las jóvenes cuando solo tenia a una en mente, una que lo odiaba, o se odiaba y por tanto no lo aceptaba. Bufó, se acomodó la ropa arrugada del día anterior, enjuagó su rostro y se dispuso a salir de la habitación, debía dirigirse a su casa y aunque ya se encontraba en las afueras de Inglaterra aun había un largo camino que recorrer.

Ambos abrieron la puerta de sus respectivas habitaciones al mismo tiempo, ambos salieron de sus habitaciones al mismo tiempo, sin embargo, los pensamientos que cruzaban sus mentes en esos momentos eran totalmente diferentes.

Las jóvenes que acompañaron a Benedict reían sin motivos detrás de él, causando que su risa se escuchara por todo el pasillo, llamando la atención de la joven que con una mueca de disgusto se dirigió tan rápido como pudo hacía las escaleras.

"Elena..." Benedict la siguió "¡Elena por favor, no es lo que estás pensando!" Le rogó a la joven que ni siquiera se giraba a verlo por error.

"No tiene que darme ninguna explicación, Señor Bridgerton" dijo ella, estaba furiosa, claro ella lo había mandado a dormir lejos de ella y claro que detuvo sus besos, los cuales anhelaba y sus caricias, las cuales aún podía sentir en cada milímetro de su piel... sin embargo, le dolía.

"No lo haré entonces, pero ¡no es lo que piensas!" Le exclamó en un susurro alto porque en la entrada del hotel sí había más gente.

"¿Y qué pienso? ¡Dígamelo, señor Bridgerton!" Le reclamó ella girándose, y él solo pudo pensar en cuan enojado estaba, en como sentía que humo dejaba sus oídos y un pitido fuerte se comenzó a escuchar, sabía que probablemente estaba rojo del enojo, enervado con su actitud. Molesto, incomforme... la lista seguía.

Scars. Benedict BridgertonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora