11. Cortejo

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"Me parece que el desayuno se ha enfriado" dijo Benedict una vez que ambos, uno al lado del otro, habían bajado de su extasis.

"Me parece que tienes razón", respondió Elena mirándolo y juntando sus labios de nuevo, le amaba indudablemente y no podía decírselo, tan sólo podía esperar que sus acciones hablaran por ella.

El castaño se levantó importándole poco su desnudez, la Beaumont no pudo hacer más que admirarlo en toda plenitud, desde su rostro que parecía brillar maravillosamente hasta ese bello y redondo trasero que tenía marcas de sus uñas por la actividad reciente.

"No me molesta en absoluto pero, siento tu mirada recorrerme", le comentó él sin siquiera voltearse mientras tomaba algunas frutas. Sin embargo para Elena la magia estaba desapareciendo.

Se sintió cohibida de un momento a otro, la desnudez, las marcas rojas que recordaba que existían, su cabello aparte debía ser un desastre, el hombre frente a ella era perfecto y sus propias imperfecciones lo arruinarían.

Benedict se giró hacia ella, sin cubrirse, sin inhibirse, él sabía de su belleza y se regodeaba en ella, traía un plato con delicias en una mano y su sonrisa decayó en cuanto la vio intentando cubrirse con las sábanas.

"¿Qué sucede?" Le pregunto caminando a paso rápido hasta la cama.

"No me mires, yo no..." ni siquiera pudo terminar la frase, ansiosamente buscando su camisón.

"Hey, hey..." El Bridgerton le tomó las manos temblorosas y frías en las suyas calientes y fuertes.

"S-soy un monstruo, Ben" le recordó a su mejor amigo mientras con el cabello intentaba cubrirse el rostro, sabía que cuando lloraba, la marca fea de la mejilla tendía a hundirse por sus sollozos dándole un aspecto aún más desagradable.

"No lo eres, no lo eres mi amor" Él, besó todo su rostro, cada lagrima que caía por sus ojos la recogió con sus labios en suaves caricias, "eres perfecta, Elena, no sabes que tan perfecta eres" le repitió tantas veces como podía entre besos, tantos que ella comenzó a olvidarse de su monstruosidad una vez más. Quizá exageraba, quizá no era tan notable, quizá él, en toda su belleza, podría amarla... quizá su belleza fuera suficiente para ambos.

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Un día más fue suficiente para que la joven segunda Beaumont y el segundo hijo Bridgerton se pusieran en marcha en el carruaje de él hacia Londres, ya no quedaba muchísimo tiempo por recorrer, si mucho tres horas por el fango que se había hecho debido a las lluvias, el último día lo pasaron enredados en la cama sin siquiera salir a comer, no era necesario el acto sexual, sin embargo, estar desnudos y juntos creaba un sentimiento de infinita complicidad e intimidad entre ellos que jamás volverían a sentir.

Los sirvientes los despidieron y Benedict prometió volver pronto, mano a mano se dirigieron al carruaje que comenzó a galopar inmediatamente. La luz de medio día comenzó a filtrarse por la ventana del carruaje donde una joven castaña y un hombre se besaban con tal pasión que cualquiera pensaría que estaban destinados a separarse para siempre.

Elena podía sentir las manos de Benedict en su pecho y entre besos lograba dejar salir gemidos y jadeos, fueron horas muy cortas pues el tiempo no les alcanzaba juntos. Deseaba con todo su corazón volver a la casa a las afueras de Inglaterra del joven Bridgerton, jamás salir de ahí, de su habitación, su lugar seguro, un lugar a salvo.

"¿Cuál es el plan?" Inquirió Benedict.

"Supongo que bajaré en mi casa y tú irás a la tuya" respondió ella, aunque no estaba segura que separarse de él de esa forma la hiciera sentir bien.

Scars. Benedict BridgertonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora