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Para gustos, colores

—¿De verdad vas a hacerme esto?

Que no os dé pena. Mamá lleva diciendo ese tipo de cosas desde que quedaban días para irme. Sus lágrimas pesaban y sus besos son algo constante del día a día. Quiere hacer de todo tratando de convencerme para quedarme incluso sabiendo que ha sido ella la que me quiere mandar tan lejos. Mamá sabe que el vuelo ya está comprado, que mis maletas están ya hechas y que prácticamente estoy en la puerta del aeropuerto con mi gorro de lana azul y mi sonrisa de oreja a oreja, pero eso no va a frenar su llanto.

—Mamá, voy a estudiar no a olvidarme de vosotros.

—Eres mi pequeña, todavía muy pequeña. No quiero que te vayas tan lejos. ¿Y si te pasa algo?

—Si pasa algo soy bastante mayor como para saber que tengo que hacer. Y además, Milo está allí.

—Sí, lo sé, pero no creo que tu hermano vaya a estar pendiente de ti todo el rato.

—No lo va a estar y tampoco quiero. Es mi experiencia y por nada del mundo voy a tener a Milo viendo cada cosa que hago y dando su aprobación.

Mamá se cruza de brazos y aparta la mirada. Sé que no le hace gracia mi idea de estar todo un año lejos de ellos, pero estoy deseando poder vivir esa etapa de la que todos hablan maravillas. Papá por otro lado se encarga de que mamá tenga suficientes pañuelos mientras calma sus ganas de arrancarme las maletas de las manos.

—Venga, Karen, deja que viva su sueño. Nuestra hija no va a desaparecer de la nada.

—¿Vendrás por tu cumpleaños, verdad? —hace pucheros y asiento justo antes de que ella me abracé apretujando mis costillas— ¡Eso espero! Y dile a tu hermano que venga también. Hace tiempo que no se nada de él.

—Literalmente le has llamado hace 20 minutos para comprobar que hoy no salía del campus.

Doy varios pasos atrás dando margen a mamá. Si sigo tan cerca de ella al final si me llevara con ella otra vez al coche.

He de admitir que mamá insistió en que fuera a la misma universidad que Milo, creo que espera a que sea tan buena como en él en los estudios. Y quizá solo quiera que Milo controle cada paso que doy y eso ni de coña va a pasar. Las únicas cosas que exigió mamá fue que mi residencia tenía que ser únicamente de chicas y que cada semana la llamaría contándole cómo va el curso.

Parece sencillo, pero vosotros no sabéis lo pesada que es mamá con ese tipo de cosas.

Tras muchos besos, lágrimas y recordaciones excesivas de esa llamada semanal, tocaba despedirse. Esta vez era la definitiva.

Después de un rato por el aeropuerto encontré la puerta de embarque. Me senté en una de las sillas de espera y saqué mi cuaderno, ese con la tapa rallada y mil cosas apuntadas. Entre ellas todas las cosas que tenía que llevarme. No quería que nada se me olvidara.

El vuelo se hizo más rápido de lo que podría haber imaginado. Dos horas y media después de que mi avión hubiera despegado ya estaba enfrente de otra ciudad, otra gente. El conductor del Uber no tardó en subir las maletas y poner rumbo a la residencia.

Miré el móvil a la espera del mensaje de mamá. Que estuviera tardando en hablarme no era muy normal. Pero mi pensamiento se ve interrumpido por la vibración del mensaje que estaba esperando.

Aa Mamá:

¿Ya llegaste?

Sí, ya estoy de camino
a la residencia.

Precavidos sentimentales {Parte 1 ✔️ y 2}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora