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En modo automático

Podría hablar del segundo año de carrera explicando cada cosa que me ha pasado, cada sentimiento, cada partido, cada maldito examen y recuperación, pero lo cierto es que este año ha pasado muy rápido. Demasiado.

Alguien alguna vez dijo que el tiempo pasa muy rápido cuando estás feliz, cuando te rodeas de las personas que te evaden del tiempo. Nick, que le encantan leer mangas, dice que es como si leyeras un buen libro porque el mundo real se para en ese instante y de ahí que parezca que apenas ha pasado tiempo cuando, en realidad, han pasado horas. En este caso ha pasado un año. Y no creo que me haya pasado nada bueno. Por eso no entiendo de dónde sale ese dicho, porque lo cierto es que este año ha sido una mierda y si el tiempo ha ido más rápido de lo que suele ir ha sido porque he estado jodidamente ocupado a cada segundo. Y lo agradezco.

Por suerte los partidos han ido genial, ha sido lo mejor de este año y gracias a ese esfuerzo, a nuestro nuevo entrenador y a una nueva forma de perder la cabeza (querer ganar el dichoso campeonato que se quedó a las puertas) he podido evitar pensar en el hecho de que Willow sigue en esa cama, hospitalizada y sigo sin poder hacer nada.

Bien, pasando a otro tema que a Grace le encanta. El amor. He llegado al punto de pensar que no es para mí. Por mucho que cueste pensarlo no soy capaz de sentir aquello que en las películas se plantea como algo maravilloso por lo que de verdad merece la pena perder la cabeza.
Nunca he estado orgulloso de esas citas a las que acudí con tal de tratar de encontrar al amor de mi vida. Y no creas que no puse ganas, la verdad es que la última chica con la que hablé parecía que podría ser algo más que amistad y sexo esporádico después de las clases, pero... no.

Me fijo en las pequeñas motas de luz que entran por debajo de la puerta y me giro bocabajo queriendo desaparecer un poco más del mundo.

Solo queda una semana para el siguiente curso y sigo con los últimos exámenes en la garganta y eso que han pasado ya los meses de verano. Nunca he sido de estudiar, es algo aburrido que me quita tiempo para dormir. De ahí que me quiera saber todo de memoria, vomitarlo en un papel y que me aplaudan por ello. He estado a punto de dejar la carrera varias veces, pero si dejo esto tendré que dejar lo demás y no quiero eso. Aún no.

Grace es más inteligente que yo, sigue sus sueños aunque eso signifique abandonar el resto. Se fue hace dos meses de aquí. Seguimos en contacto y cada cosa que le ocurre me llena el chat con mensajes de voz de diez minutos. Al principio desistía en escucharlos, pero se han vuelto algo que añoro cuando no llega. La echo de menos.

—¿Quieres tostadas? —levanto la mirada del café ya frío.

Milo está al otro lado de la isla con unas tostadas recién hechas en un plato. No sé en qué momento he bajado, me he preparado el café y he hablado con él. Me da miedo pensar que parezco un robot con la cabeza en modo automático. ¿Qué he dicho? ¿En qué momento he bajado las escaleras? ¿Me he visto con un chándal? ¿Pensaba ir a hacer deporte? ¿Por qué no soy capaz de procesar todo lo que he hecho?

Niego con la cabeza y bebo el café de un trago. Me gustaría irme, conducir un poco, quizá ir al hospital... No. En realidad no quiero irme. No quiero entrar a ese hospital y mucho menos conducir. ¿Qué me pasa? ¿Qué es lo que quiero?

Pasa la mañana y me acomodo en el sofá con el ordenador entre las piernas. No tengo ganas de jugar a nada, ni de ver ninguna serie y mucho menos me voy a poner a ver Star Wars porque no quiero ser un mar de lágrimas. Ya lo fui con LaLaLand y paso. Además Milo lleva toda la mañana de aquí para ya hablando por teléfono.

No tengo ni idea de con quién está hablando, solo sé que está cabreado, muy cabreado y creo que he escuchado un sollozo al otro lado de la línea cuando ha pasado por delante de mí hace unos minutos.

—¿Qué quieres decir? —ahí vuelve. Ha bajado y subido las escaleras unas ocho veces y se ha recorrido la planta baja otras doce— ¿Me puedes decir que hace ese chico en casa? No. Saca la escopeta si hace falta —elevo las cejas y doy con Milo—. No tenemos escopeta —me dice en un susurro—. Es igual no quiero que ese chico...

Quisiera seguir tecleando, haciendo cualquier cosa con tal de dejar a Milo en su pequeño mundo a solas, pero no puedo evitar escucharlo.

—¿Dónde está mi hermana? Tengo que hablar con ella —algo dentro de mí se dispara—. Me da igual que no quiera, tengo que... ¡Pues ponle el puto teléfono en la oreja si hace falta!

Desaparece escaleras arriba. Cierra la puerta de su habitación con un portazo y me estremezco al pensar que yo nunca he tenido ninguna pelea con Willow, ni siquiera una mínima riña.

Veinte minutos después baja Milo y abre la puerta de casa para irse. Dejo el ordenador a un lado y le persigo hasta su coche que está aparcado enfrente de la casa. Se ha sentado en el asiento del piloto y sus manos están aferradas al volante con tanta fuerza que sus nudillos están blancos. Doy varios golpes a la ventana hasta que me doy cuenta que no está cerrado. Las lágrimas recorren sus mejillas hasta empapar el pantalón corto que lleva.

Nunca lo he visto así. Me duele verlo así.

—No puedes conducir —le recuerdo con serenidad.

Con movimientos bruscos se cambia al asiento del copiloto y tomo el mando del coche. Su mandíbula está tensa, sus hombros están cargados de presión y como se aferra al teléfono me hace replantearme que ha podido ocurrir. Llevo bastante tiempo sin escuchar de la hermana de Milo y casi se me había olvidado de su existencia, pero haber escuchado de ella así... y después ver a Milo con tal rabia...

Siguiendo la carretera mi mente recuerda aquel parque y mis manos se encargan de recorrer el trayecto hasta llegar al sitio. Ese día hacía mejor tiempo, estaba soleado, los niños jugaban en los riegos del parque y la brisa corría entre los árboles.

Ese día no hablamos de lo sucedido. Milo no estuvo por la labor. Se encogía de hombros a las preguntas, negaba o asentía con la cabeza y no hubo mucho más que hacer. Lo único que nos quedó fue el silencio.

El paisaje se fue haciendo cada vez más oscuro, las calles se fueron aislando y tomé las riendas para volver a casa por otro camino. Un camino nuevo, por donde me perdí varias veces y Milo siguió en silencio, maquinando en su cabeza, en sus sentimientos.

Es cuando escucho por primera vez su voz en días. Cuando quedan simples días para que los demás del equipo aparezcan por la puerta después de casi un mes de las vacaciones de verano. Estamos en mitad del salón, cada uno con sus cosas, con sus mierdas en la cabeza. En silencio. He querido preguntar en varias ocasiones y no lo he hecho por miedo.

¿En quien me convierte querer conocer sobre los demás y yo no soltar nada de lo que me pasa a mí? ¿Soy un cotilla? Un poco escupido quizás. Da igual, sea lo que sea, estamos jodidos.

—Quiero una hamburguesa —sonrío—. Y un helado.

—Hecho.

Precavidos sentimentales {Parte 1 ✔️ y 2}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora