CAPÍTULO IV

11 0 0
                                    

El ardiente resplandor que entra por la ventana golpea mi rostro, tan molesto como el ruido de los autos. Un fuerte de dolor de cabeza evita que me ponga de pie, es como tuviera una fuerte resaca, o tal vez si la tenga. No recuerdo nada luego de entrar a casa ¿No se supone que fui por Margaret? Entonces ¿Dónde demonio está? Empiezo a gritar su nombre como un desquiciado, reviso la cocina y la sala de rincón a rincón, pero no veo respuestas. No obstante, existe un lugar del cual hay altas probabilidades de encontrarla, uno muy especial.

Tras abrir la puerta de la habitación, pude ver a Margaret contemplando su cadáver, sentada a un costado de cama, ella tomaba su mano y la acariciaba con delicadeza ¿Qué está pasando aquí? ¿Por qué no veo en ella la expresión de alegría? No veo la felicidad en sus ojos, felicidad que debería tener por haber regresado a casa. Lágrimas de dolor se deslizan sobre sus mejillas, las mismas que caen y desaparecen sobre sus bellas manos de porcelana.

—Lucas ¿De verdad crees que esto me hace feliz?­—preguntó Margaret.

—Hice lo que me pediste, te traje a nuestro hogar­—respondí.

—Así que ¿Fue mi idea hacer esto? ¿En serio me estas diciendo que fui yo quien lo sugirió? Sin duda alguna hay algo que no va bien en tu cabeza­—Margaret me observó decepcionada.

—No lo entiendo ¿Esto no es lo que querías, Margaret? —pregunté.

—Lo que en realidad quiero, es que aprendas a vivir sin mí ¿No lo recuerdas? ¿Aquella importante misión que te encomendé? Teníamos un acuerdo, Lucas, y ahora mírate, llevas las manos sucias de un asesino—mencionó Margaret mientras se acercaba a mí.

—No puedes contradecirte de esa manera, me llamas asesino cuando en realidad tu me incitaste a hacerlo ¿Por qué demonios me haces esto? ¿Quién eres tú? —pregunté con ira.

Margaret no hizo más que mirarme con desprecio, mantuvo ese mismo sentimiento en sus ojos acompañado de una melancólica expresión facial. Durante unos segundos cerré los ojos para dar un breve suspiro, lo suficiente como para que aquel espectro haya desaparecido. Volví a observar el cadáver de Margaret recostado sobre mi cama, y me cuestiono ¿Fue correcto lo que hice? Sin embargo, no soporto la idea de vivir en un mundo donde ella no exista.

Un ambiente escalofriante y pesado invade la habitación, con cada segundo que pasa siento como sus recuerdos me devoran, desgarran mi alma como los lobos desgarran la carne de sus presas. Puedo sentir su presencia en cada rincón de esta casa, es más, siento como si su cadáver me observara en todo momento, acompañado de un sin número de voces en mi cabeza.

Siento que ya he perdido la cordura, mi mente se ha transformado en un maldito manicomio, voces de un lado y más voces por el otro, tal cual como ha ocurrido ahora con Margaret, un día me pide volver a casa y al otro me lo recrimina. No obstante, hay algo que no me convence con respecto a las apariciones de Margaret, y es que la de un principio portaba un largo vestido negro de encaje, añadido a una personalidad salvaje y desafiante, en cambio, la de hace un momento era dulce y de vestimentas blancas.

Pero para no enredarme más en ese asunto, he decidido tomar un poco de aire fresco, así que tomé la gaseosa más fría del refrigerador y salí a dar una vuelta. Fue ahí cuando me topé al pequeño Hugo, el nieto de mi escandalosa vecina, una señora con un terrible carácter. Por si fuera poco, tiene la mala reputación de arruinar las fiestas cuando para ella le resultan ruidosas.

—Buenas tardes, señor Lucas—ha saludado muy alegre el pequeño Hugo.

—Hola niño ¿Cómo has estado? —pregunté.

—Bastante bien la verdad ¿Le gustaría ayudarme a practicar el futbol un momento, señor Lucas? —preguntó.

—Por supuesto, yo podría ser el portero y...—el agradable momento fue interrumpido por Doña Amanda, abuela de Hugo.

EL CADÁVER DE MARGARETDonde viven las historias. Descúbrelo ahora