¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Los ojos de Ryusei se abrieron de par en par al escuchar aquel nombre de los labios del pelinegro, toda su expresión quedó paralizada, su cuerpo inmóvil, aquellas imágenes pasando por su mente como rayos frente a sus ojos.
—¿Por qué?, no les hagas caso.
—¡No eres un monstruo!
—¡Yo si te quiero, Ryu!
En un abrir y cerrar de ojos Baji se encontraba contra la pared, la mano de Ryusei sosteniendo su cuello con fuerza le impedía respirar correctamente, era una fuerza salvaje, sobrenatural. No tenía como escapar.
—¡Ryusei, déjale! —exigió Taiju, acercándose a ellos con preocupación y molestia.
—Te cortaría la cabeza aquí mismo, te salvas que Chifuyu te quiere y no me gustaría verle derramar lágrimas por un estúpido —la rabia brillaba en sus ojos ahora más oscuros de los normal, completamente negros—. No vuelvas a pronunciar ese nombre —le dijo antes de que Baji se quedase completamente sin aire, soltándole, este cayó al suelo con la respiración agitada, intentando que sus pulmones se volviesen a llenar de aire.
Las palabras de Ryusei sonaban una y otra vez en su cabeza, sus ojos... ¿qué fue todo eso?
—Maldito... —susurró como pudo, Ryusei le miró burlonamente.
—Ja, eso ya lo sé —ahora se giró hacia el mayor de todos, encontrando sus ojos que le hicieron sonreír al ver la pizca de miedo que tuvo al verle—. No tiene sentido hablar de ella, no voy a ser vulnerable ante ustedes por eso. Si quieren que me aleje de Chifuyu, sigan soñando, a lo mejor Dios les concede esos lindos sueños, porque yo no pienso alejarme de él —terminó de decir, moviéndose en dirección a la puerta para salir de allí.
—¡Ryusei, vuelve aquí! —Taiju le habló, sin embargo, hizo oídos sordos y atravesó la puerta por completo, yéndose de allí y dejándoles a ambos con el inicio de lo que serían muchos problemas.
El de cabellos blanquecinos se detuvo unos metros después, dirigiendo su mirada hacia atrás sin mover su cabeza, seriamente hablando.
—¿Qué haces aquí? —le dijo, y ella soltó una leve carcajada que no fue escuchada más allá de los oídos del ojinegro, este tensándose en su lugar al escucharle, trayéndole demasiados recuerdos.
—¿En qué te has metido ahora, Ryu? —su voz era suave y angelical, literalmente, manteniéndose a una distancia considerable como para quedarse en la oscuridad del pasillo.
—Nada, Isa. Puedes irte, no quiero que tu padre venga a echarme el sermón por estar conversando con su hija —comenzó a caminar otra vez, cada vez alejándose más y más de ella.