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En la mañana Ryusei y Chifuyu salieron para dar un recorrido por el territorio más cercano, Sanzu fue en la mañana para ver si estaba todo bien con ellos, y aprovechó para decirles la ubicación de varios lugares a los que visitar. Estuvieron en varios parques, cafeterías, incluso visitaron el acuario. El lugar que llamó más la atención de Chifuyu fue uno de los miradores del edificio de Gobierno Metropolitano de Tokyo, en Shinjuku. Una vista realmente impresionante para alguien como él, cada cinco segundos señalaba un lugar distinto con emoción, y Ryusei debía mirarlos todos, o recibiría un golpe de su parte.
Lo sabe por experiencia de cuando llegaron.
El último lugar que visitaron fue el parque Ueno, había muchos cerezos en los senderos que conectaban los distintos santuarios y puestos de comida, por lo que la tierra estaba repleta de flores rosadas, y a pesar de la gran cantidad de personas, no había demasiado ruido, y el clima frío combinado con esto dejaba un ambiente realmente agradable.
El menor se sentó en una de las bancas de madera roja que había bajo otro de esos lindos árboles, Ryusei le miró cuando llegó junto con él, podía ver sus mejillas rojas y sus manos temblaban levemente, no estaba acostumbrado a estar en un lugar abierto con tanto frío, pero el peliblanco se encargó de comprar dos bufandas con el dinero que Sanzu les había dejado, que en un inicio no aceptaron, pero el pelirosa dijo que si volvía a Mikey con ese dinero le cortaría la cabeza, entonces tuvieron que tomarlo.
El de ojos oscuros se acercó al menor y envolvió con delicadeza la bufanda roja en su cuello, siendo tan suave que el menor no dudó en encoger su cabeza hasta que la tela tapó levemente su boca. Ambos se miraron en silencio unos instantes, Chifuyu parecía un muñequito verdaderamente bonito de esa forma, sus mejillas sonrojadas y la mueca que casi era un puchero hacían que se viese demasiado adorable. Ryusei no pudo aguantarse más y terminó rozando sus labios suavemente, Chifuyu le siguió, los dos suspirando allí tan cerca del otro, el vaho saliendo de entre sus labios y esfumándose en el aire.
El rubio recostó su cabeza en el hombro de Ryusei cuando terminó de sentarse, ambos abrazados en silencio, no necesitando palabras para decir lo bien que se sentía ese momento juntos, que no duró mucho cuando vieron aquella chica caminar hacia ellos.
—Esto es estúpido, ¡¿cómo se te ocurre, Sato?! —llegó frente a ellos con el ceño fruncido, ambos se separaron para mirarle sorprendidos, Isabela parecía bastante enojada, y sus ojos solo se dirigían al de mirada oscura.
—¿Qué haces aquí? —el semblante de Ryusei cambió por completo, sus minutos de paz se habían esfumado.
—Advertirte de la mierda que has provocado. ¿Acaso se te olvida que estás vivo bajo la condición de vivir en el convento?, ¡te van a matar, idiota! —sentenció, dando un paso al frente, pero luego retrocediendo cuando Ryusei se levantó, sonriendo burlonamente hacia ella.