Capítulo 7

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Olivia Juana Romero

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Olivia Juana Romero.

Un nombre horrible, todos lo sabemos. Sin duda alguna su mera existencia destronó mi nombre como el más horrible del pueblo, y eso se lo agradeceré por siempre. De hecho, fue por coincidir con nombres extraños, que nos volvimos amigos. Mejores amigos durante un tiempo. Aunque cabe aclarar que, tener un nombre horrible no quiere significar que la apariencia también coincida con aquello, es todo lo contrario, me refiero a mí, por su puesto, Olivia no fue tan atractiva que digamos. No se parecía en nada a la suicida, incluso el tono rojizo de su cabello era tan fuerte que hacía dudar que ellas dos eran hermanas. Tal vez, y sin temor a equivocarme, fue ese mismo color el que marcó el destino de ella. Y ese mismo color es el que me persigue todas las noches en mis sueños, fotografías, e incluso en la vida real. A veces suelo verla quieta a mi costado, o incluso suelo ver su número llamando a mi celular. Podría ser el remordimiento de conciencia tal vez.

Si no hubiera sido tan obstinado, probablemente seguiría con vida. Suelo pensarlo todos los días. Antes de ir a dormir, mientras trabajo... El sentimiento se hace más fuerte cuando veo a la suicida. En realidad, fue eso lo que me llevó a correr como un loco por los pasillos el día que la vi en la cornisa. Para mí, ese día, fue la primera vez en nueve meses que escuché la voz de Olivia aclamando por mi ayuda.

—No vayas tan rápido —me ordena Dafne.

—De acuerdo —acepto, pedaleando un poco más lento.

Creo que es entendible el por qué no quiere llegar, y de hecho me sorprende que haya aceptado venir conmigo. El escucharla hablar de Olivia, como si aún siguiera con vida, me da a entender que es difícil aceptar todo de golpe de un momento a otro, y más si tenemos en cuenta las circunstancias en las que se presentó todo. Creo que Dafne es fuerte, porque incluso ahora, seguramente quiera huir. Y si se llega a dar, esta vez no puedo detenerla. Por más que quiera la situación me superaría en todos los sentidos posibles, porque yo, dirigiéndome al cementerio, quiero huir y dejar todo como estaba antes.

Quisiera volver al día en el que me llamó por última vez, pidiendo que nos encontráramos. Si hubiese sabido lo que su padre le hizo, habría abandonado todo, incluso mis deseos de irme. Ese mismo día sucedieron cosas horribles; perdí a una amiga y me detectaron mi estúpida enfermedad. Ahora que lo pienso, fue un asco de mes también. Me desmayé por segunda vez y empecé a ver los cambios en mi cuerpo. Aunque nada de eso haya afectado mi atractivo, sigue siendo notorio para cualquier persona que se tome el tiempo de analizarme.

Menos mal Joe y Rebecca son un par de distraídos.

Al estar llegando al lugar del destino, siento como la suicida se aferra de mi sudadera. Decido no comentar nada y continuo mi trayectoria. Llegamos al cementerio; lo más parecido a un patio de hospital mental. El césped es verde, al igual que el agua es azul. Todo en este lugar parece estar lleno de vida, menos lo que está por debajo del suelo. Dafne baja de la bicicleta y deja de sostenerme de la sudadera. Yo camino hacia los bicicleteros y después observo la gran reja de hierro entreabierta. Hay una figura de un ángel por encima de las barras con forma de flechas y un sentimiento inusual me recorre. Es el mismo de hace una semana.

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