Dafne busca diferentes formas de acabar con ella misma, es por eso que esa tarde sus pies se encuentran al borde de la cornisa de la escuela.
Saturno ha estado viviendo su vida por un propósito, lo que lo lleva a encontrarse con ella aquel día.
Pero...
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Vuelvo a la cama, sintiendo aún el ardor en mi muñeca. La medicina no es tan efectiva para quitarme el dolor, y eso lo podría asumir como un castigo, y todo lo que ha venido sucediendo alrededor de los últimos dos días también es un castigo. Primero las lágrimas de mi tío, preguntándome que hubiera pasado si no hubiese vuelto por las llaves del auto. Después el domingo, las miradas de los doctores y las enfermeras combinados con la información de que me remitirían a psiquiatría por lo que hice.
Mi tío ya no puede esperarme más, y en cierto grado puedo comprenderlo. Esperar que me mejore sin "ayuda profesional", es un milagro que pocas personas logran cumplir, y yo no creo ser una de ellas.
Volteo mi cuello, para ver la ventana que cubre toda la pared. El día está frio, y la intensa lluvia no ha cesado desde que comenzó. Yo respiro hondo, y sintiendo mi piel arder, subo mi manta hasta cubrirme las piernas. En ese momento dos golpes se escuchan en la habitación, haciendo que dirija mi rostro hacia la izquierda. Es la enfermera en compañía de otra persona en bata. Ambas me saludan y la que rueda el carrito para la medicina, se dirige al atril e inyecta algo en la bolsa de suero, según sus palabras, para el dolor. Yo miro a la otra mujer y ella toma asiento sobre el sofá en frente de la cama. La enfermera pide permiso para retirarse, y al abandonar la habitación, la señora con canas en su cabello me sonríe.
—Hola, Dafne. Me llamo Carolina, ¿Cómo estás? —comienza con el típico monologo, y ya puedo suponer que es una trabajadora de salud mental.
—Bien.
—Es bueno escuchar eso —sonríe—. Yo soy psiquiatra internista, pero no te sientas amenazada, únicamente vine a hacerte un par de preguntillas, ¿estás de acuerdo?
—No sé —replico, recordando lo que sucedió la última vez que me vi con una psiquiatra. No tengo una buena visión de estas personas, y más si la última dijo que estaba arruinada.
No quiero que me digan lo que ya sé.
—Si le soy sincera, no siento que pueda ayudarme en lo que sea que esté interesada —expreso, haciendo que ella me muestre una sonrisa más grande. Creo que intenta decirme que tiene simpatía conmigo, o cualquier otra cosa absurda.
—Puedo entender tu modo de pensar, querida. Pero mi intención es ayudarte. Intentémoslo, ¿sí? Lo que se diga en esta sala no lo sabrá nadie —menciona, cerrando su libreta. La ubica a un costado de sus piernas y me mira detalladamente—. Sé que es difícil, pero démonos una oportunidad para hablar.
Parece gentil, y por alguna razón, su rostro cansado me da la sensación de saber lo que hace. Pero sigo sin convencerme de que es lo correcto. Tal vez sea una buena idea hablar, o no estoy tan segura.
Pero no creo que se vaya si decido guardar silencio.
—Bien... —accedo, empuñando la manta.
Estuve cavilando este par de días en los que me mantuve plenamente sola. Me sentía mal, incluso lloré un par de veces, sin embargo, al recordar lo que sucedió el sábado por la noche, noté que una parte de mí no quería hacerlo. Sentía miedo, y no porque no fuese capaz, sino porque sabía que lo era. Supongo que es normal temerle a la muerte, pero eso me mostró que puedo estar en la dirección contraria a lo que deseo.