Capítulo 14

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Una semana tuvo que pasar para que mi madre y su novio dejaran la casa sola

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Una semana tuvo que pasar para que mi madre y su novio dejaran la casa sola. El motivo lo desconozco, y siéndoles sincero, tampoco me interesa. Lo importante de todo esto, es que está sucediendo unas horas antes y eso no afecta mis planes.

Cierro las cortinas y voy a la puerta principal. Saco mi cabeza para ver si hay alguien cerca, y al asegurarme que es un lugar seguro, cierro la puerta con llave y me dirijo de inmediato a mi habitación. Tomo el maletín y lo abro, saco todos mis cuadernos y sólo dejo en ella el obsequio que le compré a Romero hace un par de semanas y las cartas de despedida. Le echo un vistazo rápido a mi habitación, y después de unos segundos, la cierro. Corro hacia el sofá, estando consciente que no tengo mucho tiempo. Allí está el bate de Norman y contemplo por un momento la idea de botarlo, sin embargo, no cuento con tiempo. Le doy la vuelta con dificulta al sofá y noto la cinta que le puse para evitar que el dinero saliera. Aparto la cinta del sofá, y con ello, un par de billetes caen al suelo. los tomo y empiezo a guardarlos dentro de mi maletín. Meto mi mano en el sofá, como un cirujano sacando a un bebé, y me cercioro que todo el dinero ya está guardado. No lo cuento, porque sé que no es necesario. Todo el dinero que estuve ahorrando desde hace tres años, está en mi maletín ahora. Le doy la vuelta al sofá nuevamente, tomo el relleno que salió y lo guardo en los bolsillos de mi sudadera. Me dirijo nuevamente a mi habitación, y sólo por precaución, tomo un par de camisas y ropa interior. No creo volver más. Vuelvo a cerrar la puerta y atravieso el pasillo con prisa. Miro la habitación de mi madre de reojo; está desorganizada y con basura regada por el piso. Concluyo no ingresar a ese lugar, saco su carta y la dejo a un lado del refrigerador. Bajo mi vista, y con sólo el hecho de observar las latas de alcohol, mi mente toma la decisión de no dejarle dinero. Camino hacia la puerta y salgo de la casa, sintiéndome mal. Puede sonar estúpido, pero me afecta no despedirme de la persona que me trajo al mundo.

Aclaro mi vista borrosa, y ahí hayo a Steve regando sus plantas. Él nota mi existencia y alza su mano, brindándome un saludo. Yo se lo devuelvo, pero con el significado de una despedida. Bajo los pocos escalones y al encontrarme en el suelo, observo mi bicicleta. Esto si no puedo dejarla a la deriva, es el único recuerdo que queda vigente de mi abuela. Tomo los manubrios y la alzo. Miro la dirección en la que tengo que dirigirme, y hacía ya camino. La casa de Joe queda a unos veinte minutos de la mía. Veinte minutos que dividen la zona pobre del pueblo con la zona adinerada. A él le molesta que lo llame de ese modo, pero es la realidad, incluso Rebecca lo sabe. Creo que el padre de Joe y el tío de Romero, son las personas que cuentan con más dinero en este sitio.

La brisa empieza a soplar, como ya es característico de esta estación. Miro el cielo y determino que tarde o temprano lloverá. Vuelvo a enderezar mi mirada, y a lo lejos, veo a las dos personas volviendo. Norman al parecer con un cigarrillo y mi madre con una bolsa en ambas manos. Yo centro mi atención en el hombre, y al estar a un par de metros, la que habla primero es mi madre.

—Lo que diste apenas alcanzó para comprar carne —menciona, alzando una de las bolsas. Yo no me detengo y continúo caminando.

—La próxima semana daré más —replico, evitando alargar la conversación. Cruzo miradas con Norman y él ríe.

SaturnoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora