Tiempo.

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Cuando era niño, siempre creyó que la soledad sería su acompañante a lo largo de su vida. Una persona a su lado para apoyarlo y darle amor incondicional no estaba visualizada para su futuro, por esa razón aún le parecía todo tan irreal.

Habían transcurrido un par de años desde el inicio de su relación, las cosas para ellos fueron difíciles, pero había valido la pena. Despertar todos los días para ver a Kousuke lo hacía inmensamente feliz.

Acaricio las facciones de su pareja. Tan bellas y al mismo tiempo varoniles con algunas arrugas en los costados de sus ojos, recorrió su cabello con ya visibles mechones blancos. El tiempo lo había tratado bien, aún lucía atractivo.

Tiempo.

Esa palabra nunca le causó más miedo como ahora. El tiempo no se detiene, no perdona y no retrocederá por mucho que deseé.

Suspiro sin moverse.

—Tienes que dejar de pensar en eso —se reprimió en un susurro, sin embargo no pudo evitarlo. La diferencia de edad era grande, el tiempo pasaba y Kousuke envejecía más.

—¿Pensar en qué? —el suave susurro de su pareja lo hizo sobresaltar, se le escapó una risa nerviosa, negó ante la pregunta.

—No es nada —aseguró mientras recorría el brazo de su pareja para poder tomar su mano y entrelazar sus dedos -Te amo.

—Me encanta escucharlo, pero eso no responde mi pregunta.

—En serio, no es nada —sonrió.

Kousuke por su parte ya intuía el porqué de la angustia de Masahiro, apretó un poco más sus dedos sin lastimarlo, mirándolo directamente a los ojos, comprensivo.

—No me he ido.

En ese momento, los ojos del menor comenzaron a picarle, recargo su frente en la contraria sin deshacer el agarre de sus dedos.

—Lo sé.

Pero lo harás.

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