Llegó el momento. Mi razón más importante para viajar a Galí siempre fue conocer Rupaq y el cielo que enamoró a mi madre.
Y ese era el día.
Alelí nos avisó que nos despertaría por la madrugada, nos advirtió que la mejor forma de viajar allá era por la mañana, ya que la caminata duraría unas cinco horas. Como no teníamos experiencia, había una gran posibilidad de alargarla un par de horas más con la promesa de detenernos a descansar las veces que fuesen necesarias. El cansancio, la altura y el tiempo no jugaban a nuestro favor; por lo tanto, teníamos que luchar contra todo pronóstico para llegar al destino final.
El plan era simple, Luca y Alelí nos acompañarían hasta la cima de Rupaq porque no queríamos perdernos, además, era mejor hacer una caminata de cinco horas con buenos amigos.
Tomamos desayuno a las siete de la mañana y luego de ello, emprendimos un viaje de tres horas en el auto de los Robles. Alelí tenía no solo tenía un termo con un té que su madre nos preparó, sino varios caramelos de limón y botellas de agua para todos. Luca bromeó diciendo que parecía un botiquín con piernas, pero unas horas después, agradeceríamos que fuese así.
Era un sábado a las diez de la mañana cuando llegamos al pueblo donde se encontraba Rupaq. El clima parecía estar de buen humor porque, aunque el sol estaba ahí, no hacía tanto calor.
—Pues nada. Si ya estamos listos, es hora de partir —anunció Alelí ajustando la correa de su mochila. Luca la siguió sin problema, Finn no tuvo de otra, pero yo sentí una presión en el estómago que no era precisamente por el desayuno, sino de nervios.
Estaba a horas de conocer el lugar que mi madre siempre quiso visitar.
¿Qué haría al llegar ahí? ¿Qué se sentiría dar el último paso en la cima?
—¿Bee? —llamó Finn. Yo alcé la vista y solo asentí caminado detrás de ellos.
Todo el asunto con Finn aún me hacía sentir extraña, y yo odiaba esa sensación. Quería volver a estar cómoda a su lado sin pensar en que cualquier comentario podría arruinarlo todo.
El sendero estaba bien señalizado para que nadie se perdiera si iba por cuenta propia, el camino era bastante seguro, aunque también nos ayudó mucho el hecho de llevar unas buenas zapatillas para hacer senderismo.
La primera parada fue a pedido de Finn, como siempre la altura lo atacó. Se sintió un poco mal y Alelí bajó a socorrerlo. Le ofreció tomar un mate de coca que ya habíamos probado antes. Era un té a base de hojas de coca, yo aproveché en tomar un poco también. Aunque el sabor era amargo y poco agradable, ayudó mucho a recuperar energías.
Finn se levantó poco después y siguió caminando junto a nosotros.
La sensación de frío era distinta a la del pueblo donde estuvimos un par de horas antes. Alelí nos comentó que la altura influía mucho, pero mientras estuviésemos abrigados en los pies y la cabeza, no correríamos tanto riesgo de pescar un resfriado.
ESTÁS LEYENDO
Entre mis recuerdos
Teen FictionA través de los recuerdos que esconde el baúl de su madre, Bee descubrirá secretos familiares que la empujarán a vivir nuevas experiencias. ...