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—Suéltenme.

Respiré profundo y solo sentí un extraño olor metálico. Risas invadieron la habitación en la que me encontraba, aturdiéndome y provocando que mi cuerpo implosionara con cada sonido que salía de sus bocas. Quería gritar para que alguien me escuchara y pidiera ayuda, pero, además de que sabía que eso no iba a ser posible porque estaba en un lugar apartado, no quería darles ese gusto. Prefería morir allí antes que demostrarles que tenía miedo, que la situación en la que me habían puesto me estaba sobrepasando.

Casi nada me causaba miedo, la verdad, estaba demasiado acostumbrada a experimentar cosas fuera de lo normal, que mi umbral de terror era alto. Todo aquel que alguna vez me haya conocido, podía asegurar que era difícil sorprenderme o asustarme, pero, lo que no sabían era que sí había algo que podría paralizarme en cuestión de segundos. La idea de no poder tener control de mi propio cuerpo o estar privada de mi movilidad podía llegar a ser una verdadera tortura.

No podía hacer psicología barata conmigo misma, eso podía hacerlo con alguna amiga cuando intentaba convencerla de que no era buena idea volver con el engañador de su novio, pero no conmigo. No podía decir que ese temor se debía a las veces que mi padre me encerraba en el tráiler para que no saliera a jugar a las brujas con mis vecinas, pero tal vez, su falta de sensibilidad y comprensión me habían afectado sin que me diera cuenta.

—¿Está cómoda brujita? —preguntó uno de mis atacantes, mientras tiraba de mi cabello. No pude evitar que se me escaparan unas lágrimas, me había dolido y jamás había recibido tanto maltrato.

Había sufrido de acoso la mayor parte de mi vida porque ser bruja en un pueblo que se autodenominaba como maldito, no era algo que fuera sencillo de acarrear. Podía soportar las malas miradas, los gritos en la calle hasta que dibujaran pentagramas o palabras obscenas con sangre de cerdo en mi tráiler o en la fachada de la casa de mi tía; pero, esto era demasiado.

—Vete a la mierda, maldito bastardo —Grité. Quería abalanzarme sobre él para escupirle la cara y arrancarle los ojos. Necesitaba que sintiera un poco del dolor que yo estaba sintiendo en ese momento. Pero, por más que deseara moverme, tenía las manos y las piernas amarradas.

Traté de olvidarme del imperioso ardor que sentía en mis muñecas a raíz de las cuerdas haciendo fricción con mi piel, necesitaba concentrarme para poder recordar qué era lo que había sucedido y cómo había terminado en ese lugar inundado por un apestoso olor a humedad.

Imágenes sin sentido fueron invadiendo mi mente de forma paulatina, terminando de completar el rompecabezas que me faltaba. Había salido de la casa de mi tía, el sol aún estaba reinando los cielos, aunque algo que simulaba ser nieve caía sobre mi cabeza; estaba cansada por no haber dormido en toda la noche, pero tenía energía suficiente para ir a ver a Max. No había conseguido que Julie me llevara hasta el hospital porque la habían llamado de urgencia del trabajo, así que tuve que caminar. El trayecto se veía muy tranquilo, más de lo normal, pero eso no me alertó.

Algo llamó mi atención, haciendo que todos mis sentidos se agudizaran. Había notado que una camioneta Van gris había pasado muy lentamente a mi lado, que para algunos eso podría sonar normal, pero a mí me había dado mala espina. Pero, mis sospechas terminaron de darme la razón cuando ese mismo vehículo dio media vuelta, aceleró y estacionó a un par de metros, impidiendo que pudiera seguir avanzando.

Dentro de ese vehículo, dos personas que cubrían sus rostros con unas máscaras de Freddy Krueger bajaron y corriendo hacia mí a toda velocidad. Verlos avanzar de esa manera me tomó por sorpresa. Al principio pensé que era una broma de muy mal gusto, que terminaría en mí denunciándolos o acusándolos con sus respectivas madres, pero no fue así, sino que me estaban por secuestrar de verdad y yo no iba a poder hacer nada al respecto.

Rapture | Eddie MunsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora