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Necesitaba descansar por lo menos dos horas más para ser capaz de pensar con claridad y no querer actuar como un animal salvaje, el cual fue recientemente rescatado y llevado al cautiverio para convertirlo en entretenimiento para otras personas. Anhelaba con todas mis fuerzas poder posar mi cabeza sobre una de mis almohadas, y que Lila se subiera a la cama conmigo para que nos durmamos juntas. A ella le encantaba enterrar su pequeña cabeza en mi espalda, en especial cuando me cubría con una manta que tenía una piel sintética. Pero, por más que soñara con la suavidad de mis mantas, abrazándome mientras me sumía en un profundo sueño, sabía que sería imposible hacerlo.

Había pasado toda la noche despierta, tratando de hacer el ritual de localización para saber dónde se encontraba mi hermana o si ella estaba a salvo, pero, para no perder la costumbre, no funcionó. Me sentí muy frustrada porque era uno de los hechizos más sencillos y que mejor me salían, pero me convencí a mí misma que seguramente mi fracaso se debía al cansancio y que no había una razón externa.

Cuando se hicieron las seis de la mañana, el sol comenzó a hacerse notar en el horizonte, su luz era tenue porque las nubes eléctricas que habían aparecido el día del terremoto estaban allí, tratando de ocupar todo el espacio en el cielo, como si quisiesen tragar toda la luz que podía llegar a iluminar todo Hawkins. Pensé que era la oportunidad perfecta para dejar todo a un lado y dormir, pero un golpe en mi puerta me anticipó que no iba a ser posible.

Mi tía, quien sí había podido dormir ocho largas horas, luego de haber tenido una sesión de llanto telefónico con su hija, se encontraba parada frente a la puerta de mi cuarto, sosteniendo una gran caja de cartón. Ese contenedor tenía un pequeño cartel que anunciaba su destino, el cual sería ser entregado en alguna iglesia o refugio para que lo tomara alguien que necesitara. Mi tía se había dado cuenta mientras tomaba café que aún no se había desecho de las pertenencias de su difunto esposo, y que a pesar de que había pasado poco tiempo, tenía que hacerlo para poder avanzar al siguiente nivel de su duelo.

Yo solo me quedé mirándola, sin entender qué era lo que quería que yo hiciera, tampoco podía prestar atención a las cosas que me estaba diciendo, lo único que lograba hacer era ver cómo sus labios se movían lentamente, tratando de tener una comunicación coherente conmigo.

—Ana —dijo mi tía con la dulzura que la caracterizaba—, yo voy a guardar en cajas la ropa de tu tío, así que voy a demorarme en mi cuarto. Tengo que ver qué se puede dar a caridad y qué es lo que está roto para tirar. ¿Será que puedes ir al altillo a ver si hay alguna de sus pertenencias allí arriba?

Abrí los ojos en señal de alerta cuando escuché que la palabra altillo se había escapado de la boca de mi tía. Era consciente de que era una bruja con años de práctica, y que había vivido más experiencias paranormales a comparación de cualquier adolescente de mi edad, pero, a pesar de ello, había ciertos lugares que prefería mantener distancia. No recordaba con demasiada claridad, pero podía jurar que los había odiado desde pequeña. Esos lugares, los altillos o sótanos, estaban constantemente cargados de una energía pesada, no tan buena. Cada vez que ponía un pie dentro de una de esas habitaciones, terminaba sintiendo un peso extra en mi cuerpo, como si algo se aferrara a mí y no me dejara avanzar.

Por más que deseara decirle a mí tía de que su idea no era tan buena como ella creía, que prefería intercambiar lugares con ella para guardar en caja todos los pantalones y medias de mi tío muerto, pero no podía, por algo ella me había asignado esa tediosa tarea, y estaba en la obligación de cumplirla por toda la amabilidad que ella me había brindado desde el momento que llegué a la casa. Ella jamás quiso cobrarme alquiler por la habitación que me había dado, ni tampoco me pedía dinero para comprar la comida, así que lo mínimo que podía hacer era ayudarla

Rapture | Eddie MunsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora