CAMBIO DE VERJA
Parecía que ese jardín, creado antiguamente para ocultar los misterios libertinos, se hubiera transformado para abrigar los misterios castos. Ya no había ni glorietas, ni cuadros de césped, ni cenadores, ni grutas, había una magnífica oscuridad desmelenada, cayendo como un velo de todas partes. Pafos había vuelto a ser Edén. Un no sé qué de arrepentimiento se había apoderado de aquel retiro. Esta florista ofrecía ahora sus flores al alma. Este coquetón jardín, antiguamente muy comprometido, había recobrado la virginidad y el pudor. Un presidente asistido por un jardinero, un buen hombre que se creía continuador de Lamoignon, y otro buen hombre que creía serlo de Le Nôtre, lo habían rodeado, cortado, emperifollado, adornado para la galantería; la naturaleza lo había recobrado, lo había llenado de sombra y lo había adornado para el amor.
Había también en aquella soledad un corazón que estaba dispuesto. El amor no tenía más que mostrarse; había allí un templo compuesto de verdura, de hierba, de musgo, de suspiros, de pájaros, de blandas tinieblas, de ramas agitadas, y un alma hecha de dulzura, de fe, de candor, de esperanza, de aspiración y de ilusión.
Cosette había salido del convento siendo una niña casi; tenía algo más de catorce años, y estaba en la «edad ingrata»; ya lo hemos dicho, aparte los ojos, parecía más bien fea que bonita; sin embargo, ninguno de sus rasgos estaba desprovisto de gracia, pero era torpe, flaca, tímida y atrevida a la vez, una niña grande, en una palabra.
Su educación estaba terminada; es decir, le habían enseñado religión, y también y especialmente la devoción; luego «historia», esto es, la cosa que se llama así en el convento, geografía, gramática, los participios, los reyes de Francia, un poco de música, etcétera, pero del resto lo ignoraba todo, lo cual es un encanto y un peligro. El alma de una joven no debe permanecer a oscuras; más tarde aparecen en ella espejismos demasiado bruscos y vivos como en una habitación oscura. Debe ser instruida dulce y discretamente, más bien con el reflejo de las realidades que con su luz directa y dura. Media luz útil y graciosamente austera que disipa los miedos pueriles e impide las caídas. No hay más que el instinto maternal, intuición admirable en la que entran los recuerdos de la virgen y las experiencias de la mujer, que sepa cómo y de qué debe estar hecha esta media luz. Nada suple a este instinto. Para formar el alma de una joven, todas las religiones del mundo no valen lo que una madre.
Cosette no había tenido madre. Había tenido madres, en plural.
En cuanto a Jean Valjean, en él se juntaban todas las ternuras y todas las solicitudes; pero no era sino un viejo que no sabía nada de nada.
Así, en esta obra de la educación, en este grave aspecto de la preparación de una mujer para la vida, ¡cuánta ciencia hace falta para luchar contra esa gran ignorancia que se llama inocencia!
Nada prepara a una joven para las pasiones como un convento. El convento vuelve el pensamiento del lado de lo desconocido. El corazón, replegado sobre sí mismo, se hunde, no pudiendo esparcirse, y se profundiza, no pudiendo desarrollarse. De ahí las visiones, las suposiciones, las conjeturas, las novelas esbozadas, las aventuras deseadas, las construcciones fantásticas, los edificios enteros construidos en la oscuridad interior del espíritu, sombrías y secretas mansiones donde las pasiones encuentran inmediatamente sitio donde alojarse cuando la verja abierta les permite entrar. El convento es una compresión que para triunfar sobre el corazón humano debe durar toda la vida.
Al abandonar el convento, Cosette no podía encontrar nada tan dulce y tan peligroso como la casa de la calle Plumet. Era la continuación de la soledad con el principio de la libertad; un jardín cerrado, pero una naturaleza acre, rica, voluptuosa y perfumada; los mismos sueños que en el convento, pero con jóvenes vislumbrados; una verja, pero abierta a la calle.
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Los Miserables IV: El idilio de la calle Plumet...
Historical FictionEn esta cuarta parte, aparecida el 30 de junio de 1862, encontramos a Jean Valjean viviendo con Cosette en la calle Plumet. Mientras Marius sueña e intenta localizar a su esquivo ángel, una revolución se prepara en las calles de París...