IV

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 EL EXCESO DE CELO DE GAVROCHE


Mientras tanto, a Gavroche le había sucedido una aventura.

Gavroche, después de haber destrozado concienzudamente el farol de la calle Chaume, llegó a Vieilles-Haudriettes, y al no ver «ni un gato», encontró buena la ocasión para entonar una de sus canciones. Su marcha, lejos de retardarse por la canción, se aceleraba. Empezó pues, a cantar, mientras seguía la fila de casas dormidas o aterrorizadas, los siguientes versos:

Murmura un pajarillo

que ayer Atala

se marchó con un ruso

por la mañana.

Y por la noche,

dizque el ruso a su casa

la llevó en coche.

Tus ojos hechiceros

tienen un tósigo

capaz de dar a Orfila

veinte soponcios.

Aunque es persona

que en toxicología

no hay quien le tosa.

Al mirar las mantillas

de Inés y Petra,

el alma desolada

se enredó en ellas.

¡Vaya unos pliegues!

Cuéntalos, alma mía,

si es que te atreves.

Cuando el amor reluce

entre la sombra,

la cara de Dolores

pinta de rosas.

Yo ser espero,

del jardín de esas rosas,

el jardinero.

Mi corazón, volando,

se escapó un día,

mientras Juana al espejo

se componía.

¿Dónde se alberga?

Pienso que será Juana

la que lo tenga.

Una serena noche

miré a una estrella,

Los Miserables IV: El idilio de la calle Plumet...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora