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 FORMACIÓN EMBRIONARIA DE LOS CRÍMENES EN LA INCUBACIÓN DE LAS PRISIONES


El triunfo de Javert en el caserón Gorbeau había parecido completo, pero no lo fue.

Primeramente, y era ésta su principal preocupación, Javert no había hecho prisionero al prisionero. El asesinado que se evade es más sospechoso que el asesino; y es probable que este personaje, cuya captura resultaba tan preciosa para los bandidos, no fuera menos buena presa para la autoridad.

Luego, Montparnasse había escapado.

Era preciso esperar otra ocasión para echar mano a aquel «petimetre del diablo». Montparnasse, en efecto, habiendo encontrado a Éponine que montaba su vigilancia bajo los árboles del bulevar, se la había llevado con él, prefiriendo ser Némorin con la hija a Schinderhannes con el padre. Buena ocurrencia. Estaba libre. En cuanto a Éponine, Javert la había hecho prender. Consuelo mediocre. Éponine se había reunido con Azelma en las Madelonnettes.

Por fin, durante el trayecto del caserón Gorbeau a la Force, uno de los principales detenidos, Claquesous, había desaparecido. No se sabía cómo había sucedido; los agentes y sargentos no lo comprendían, se había convertido en vapor, se había escurrido entre las rendijas del cascado coche y había huido; no se sabía otra cosa más que, al llegar a la prisión, Claquesous no se encontraba allí. Allí había magia. ¿Se había Claquesous fundido en las tinieblas como un copo de nieve se funde en el agua? ¿Había habido connivencia con los agentes? ¿Pertenecía este hombre al doble enigma del desorden y del orden? ¿Era concéntrico a la infracción y a la represión? ¿Tenía esta esfinge las patas de delante en el crimen y las de atrás en la autoridad? Javert no aceptaba estas combinaciones, y se inquietó ante tales compromisos; pero su patrulla comprendía a otros inspectores más iniciados tal vez que él mismo, aunque eran subordinados suyos, en los secretos de la prefectura, y Claquesous era un bribón tal que podía ser un buen agente. Estar en tan íntimas relaciones de escamoteo con la noche resulta excelente para el bandidismo y admirable para la policía. Existen estos pillos de dos filos. Fuera lo que fuese, no se encontró a Claquesous. Javert pareció más irritado que sorprendido.

En cuanto a Marius, «ese papanatas de abogado que probablemente había tenido miedo», y de quien Javert había olvidado el nombre, no le preocupaba mucho. Por lo demás, siempre es posible volver a encontrar a un abogado. ¿Pero era únicamente un abogado?

La información había empezado.

El juez de instrucción había juzgado útil no poner en la sombra a uno de los hombres de la banda Patron-Minette, esperando alguna confesión. Este hombre era Brujon, el melenudo de la calle Petit-Banquier. Se le había dejado en el patio Charlemagne, y la mirada de los vigilantes estaba fijada en él.

Este nombre, Brujon, es uno de los recuerdos de la Force. En el horrible patio llamado del Edificio Nuevo, que la administración llamaba patio Saint-Bernard, y que los ladrones llamaban fosa de los leones, sobre esta muralla cubierta de escamas y de lepras que subían por la izquierda hasta la altura de los tejados, cerca de una vieja puerta de hierro enmohecida que llevaba a la antigua capilla de la mansión ducal de la Force, convertida en dormitorio de bribones, podía aún verse hace doce años una especie de fortaleza groseramente esculpida con un clavo en la piedra, y debajo esta firma: «Brujon, 1811».

El Brujon de 1811 era el padre del Brujon de 1832.

Este último, que sólo se ha podido vislumbrar en la emboscada Gorbeau, era un joven gallardo y muy astuto y sagaz, con aire atontado y plañidero. Fue por aquel aire atontado que el juez de instrucción le había soltado, creyéndole más útil en el patio de Charlemagne que en la celda de la prisión.

Los Miserables IV: El idilio de la calle Plumet...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora