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 LOS PREPARATIVOS


Los periódicos de aquel tiempo, que han dicho que la barricada de la calle de la Chanvrerie, aquella construcción casi inexpugnable, como la llamaban, llegaba al nivel del primer piso, se han equivocado. No pasaba de una altura de seis o siete pies, por término medio. Estaba hecha de manera que los combatientes podían, a voluntad, ocultarse detrás o dominar el paso, y aun subirse encima por medio de una cuádruple fila de adoquines superpuestos, y colocados a guisa de escalera por la parte interior. Por fuera, el frente de la barricada, compuesta de adoquines y de toneles, sujetos por vigas y tablas que se enchufaban en las ruedas del carro de Anceau y del ómnibus, presentaba el aspecto de un obstáculo erizado e inextricable. Una cortadura suficiente para que un hombre pudiese pasar por ella dejaba un espacio entre el extremo de la barricada más alejado de la taberna y las casas; de modo que era posible hacer una salida. La lanza del ómnibus estaba puesta verticalmente, y a ella, atada con cuerdas, una bandera roja que flotaba sobre la barricada. La pequeña barricada Mondétour, oculta detrás del edificio de la taberna, no se veía. Las dos barricadas reunidas formaban un verdadero reducto. Enjolras y Courfeyrac no habían juzgado necesario hacer una barricada en el otro extremo de la calle Mondétour, que por la calle Prêcheurs ofrece una salida a los mercados, queriendo sin duda conservar la posibilidad de una comunicación con el exterior, y temiendo muy poco un ataque por la peligrosa y difícil callejuela Prêcheurs.

Con esta salida libre, que constituía lo que Folard, en su estilo estratégico, hubiera llamado un ramal de trinchera, y con la estrecha cortadura de la calle Chanvrerie, el interior de la barricada, donde la taberna formaba un ángulo saliente, presentaba la forma de un cuadrilátero irregular, cerrado por todas partes. Había una veintena de pasos de intervalo entre la barricada y las casas que formaban el fondo de la calle, de modo que podía decirse que la barricada estaba adosada a estas casas, todas habitadas, pero cerradas de arriba abajo.

Todo este trabajo se hizo sin impedimentos, en menos de una hora, y sin que aquel puñado de hombres atrevidos viese surgir una gorra de pelo ni una bayoneta.

Los pocos burgueses que se atrevían a pasar en aquel momento por la calle Saint-Denis, lanzaban una ojeada a la calle de la Chanvrerie, descubrían la barricada y redoblaban el paso.

Una vez finalizadas las dos barricadas, se enarboló la bandera, se sacó una mesa fuera de la taberna y se subió en ella a Courfeyrac. Enjolras trajo el cofre cuadrado, que estaba lleno de cartuchos. Courfeyrac lo abrió. Cuando se descubrieron los cartuchos, temblaron los más valientes, y hubo un momento de silencio.

Courfeyrac los distribuyó, sonriendo.

Cada uno recibió treinta cartuchos. Muchos tenían pólvora y se pusieron a hacer más con las balas que se fundían en la taberna. En cuanto al barril de pólvora, estaba sobre una mesa aparte, cerca de la puerta, y lo reservaron.

El toque de llamada que recorría todo París no cesaba, pero había terminado por no ser más que un ruido monótono al que no prestaban atención alguna. Ese ruido tan pronto se alejaba como se acercaba, con ondulaciones lúgubres.

Cargaron los fusiles y las carabinas, todos juntos, sin precipitación, con una gravedad solemne. Enjolras fue a colocar tres centinelas fuera de las barricadas, uno en la calle de la Chanvrerie, el segundo en la calle Prêcheurs y el tercero en la esquina de la calle Petite-Truanderie.

Después, una vez construidas las barricadas, designados los puestos, cargados los fusiles, puestos los centinelas, solos en aquellas calles temibles, por donde no pasaba ya nadie, rodeados de aquellas casas mudas y como muertas, en las que no palpitaba ningún movimiento humano, rodeados de las sombras crecientes del crepúsculo que empezaba, en medio de aquella oscuridad y aquel silencio en el que se sentía avanzar algo y que tenía un no sé qué de trágico y terrorífico, aislados, armados, resueltos, tranquilos, esperaron.

Los Miserables IV: El idilio de la calle Plumet...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora