Capítulo 7

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Elenoir
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Haciendo un resumen de las cosas.

Estuvimos allí un buen rato, disfrutando de la vista, y de vez en cuando conversábamos sobre cosas aleatorias.

Cuando bajamos, fuimos recibidos por una preocupada Tessia. Luego de explicarnos y disculparnos, nos sugirió tímidamente el que durmiéramos todos juntos en la tienda, a lo que Cassandra aceptó —sin darme tiempo a responder—, y la elfa nos arrastró a los dos dentro.

Lo que da a la situación actual.

Cassandra está durmiendo sentada con las piernas cruzadas y apoyada en Lu, con Tessia agarrando el extremo de su camisa en su lado izquierdo, tumbada en su regazo, y yo estoy sentado en el otro lado, apoyándome en el perro.

En verdad, esperaba poder dormirme con el cansancio que tengo, pero mi mente se niega a hacerlo.

Reflexiono sobre los acontecimientos que han sucedido en un solo día.

He perdido a Sylvia y he encontrado —probablemente— billete de vuelta a casa, junto a una niña madura y su perro, de la que ya no desconfío tanto y siento curiosidad.

Noto una mano acariciar mi pelo. Abro los ojos, encontrándome con unos ojos del color de las profundidades del bosque brillantes en la oscuridad y suavizados.

-—Oh, ¿te desperté? Perdona, no era mi intención —susurra con una pequeña sonrisa.

Niego con la cabeza y hablo con el mismo tono.

—No, en realidad estaba despierto. No esperaba que estuvieras despierta.

—No podía dormir, tengo el sueño bastante ligero —dice con una sonrisa.

Una sonrisa cerrada se abre paso en mi rostro. Parece que ya tenemos otra cosa en común.

Nos quedamos en un silencio cómodo un rato, antes de que ella volviera a hablar.

—¿Quieres apoyarte en mi hombro?

La repentina pregunta me deja sorprendido y admito, que un poco sonrojado.

Menos mal que es de noche.

Balbuceo, moviendo las manos, negando.

—N...No hace falta —ella alza una ceja—. ¡De verdad!

Cassandra suelta una carcajada que se amortigua, cuando le tapo la boca con la mano.

Frunzo el ceño, aún rojo. Mierda, se está burlando de mí.

Me aparta la mano con suavidad, diciendo:

—Ya paro, ya paro.

La miro inexpresivo y a ella le cae una gota de sudor por la sien.

—Sólo era una sugerencia. Además, no tengo problema con ello —se encoge de hombros.

Suspiro y me revuelvo el pelo, con una sonrisa.

—Bien... Si insistes —sonríe complacida y me coloco en mi posición inicial, esta vez, apoyándome en su hombro.

—¿Puedo acariciarte el pelo? —pregunta.

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