Capítulo 10

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Familia
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-Aun así, me aseguraré de que unos guardias os escolten a la salida y hagan guardia allí -dice el rey elfo

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-Aun así, me aseguraré de que unos guardias os escolten a la salida y hagan guardia allí -dice el rey elfo.

"Dudo que haga falta" comento ceñudo.

Cass me lanza una mirada de complicidad, sabiendo lo que podía hacer.

Nos despedimos de todos y seguimos adelante con los guardias por delante y detrás.
Entrecierro los ojos, notando que nos fulminan con la mirada de vez en cuando.

Qué molestia. Es como si quisieran controlarnos y echarnos de aquí.

En cuanto salimos del reino por el portal y dejamos a los guardias atrás, no puedo evitar suspirar del alivio. Ya me estaban estresando con esas miradas de odio.

«¿Y entonces qué? ¿Haremos una gran entrada en nuestra vuelta a casa?» bromea la ojiverde de buen humor, con una sonrisita.

Me lo pienso un poco.

"Puede" contesto. "Aunque preferiría que entráramos tal y como salimos".

Las grandes entradas prefiero dejármelas para cuando volvamos a Elenoir.

Continuamos caminando, en busca de ese maldito pajarraco que necesitamos para poder volver a casa.

-A ver... Según el mapa y lo que estudié. El ave que buscamos debe de estar por aquí -dice Cass ojeando el mapa, sin importarle hablar en voz alta a estas alturas.

"Puedes espantar a nuestra presa por sólo hacer eso, ¿sabes?".

Cass pone los ojos en blanco, guardando el mapa en la bolsa y sacando su cerbatana para colgársela en el cinturón. Sin decir nada, se acerca a un árbol del área, después de asegurarse la bolsa, comienza a trepar.

Mi expresión decae y me dan ganas de golpearme la pata contra mi cara.

Tonta.

A veces es tan inteligente y otras es tan... Ugh, que me hace dudar entre lo que es en realidad.

Me transformo en un Flare Hawk, alzando el vuelo y con mis garras cojo a Cass por los hombros, quien suelta un jadeo asombrada y me grita por no haberla avisado.
Pongo los ojos en blanco, ignorándola y sigo ascendiendo hasta la rama más alta, zigzagueando entre algunos árboles.

Al llegar, la dejo caer y me transformo en un gato pequeño. Sin querer, caigo justo encima de su cabeza. La niña índigo suelta un pequeño quejido, junto a un bufido que me divierte.

Al final, ella tiene más la personalidad de un gato que yo.

Descuelga su cerbatana y prepara unos cuantos dardos para nuestra presa.

Esperamos días en silencio, sin hacer el más mínimo ruido. Hicimos descansos por turnos al igual que con la comida.
Al que le tocaba vigilar se quedaba arriba y el otro bajaba abajo, para ver si por casualidad lo veía desde ahí -una cosa absurda, pero lo hacíamos para estirar las piernas y matar el tiempo- para luego volver a subir.

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