〘Capítulo 41〙

46.6K 3.6K 1.9K
                                    

Fingir que todo es normal es demasiado complicado cuando sabes que tu abuelo, quien bebe una taza de café mientras mueve su pierna al son de lo que yo creo es su intranquilo corazón es algo así como una persona distinta a quien creíste toda tu vida. La relación entre el aire que exhala de sus pulmones lentamente y el repiqueteo de su pie enguantado en un zapato color marfil provoca un choque de sinfonías peculiar.

Andrés Morrigan está intranquilo, se le nota en la mirada apagada y audaz, perspicaz analizando cada movimiento sin tener la necesidad de prestar demasiada atención. Realmente es clara una cosa. Él no tenía todas las piezas del ajedrez en su lugar, y en cambio, alguien movió de lugar a la torre.

En las reglas del ajedrez, cada pieza tiene distinto valor. Yo pensaba que Hades era el alfil, por sus movimientos fuera de lugar, pero en cambio, creería que es algo así como una torre. No quiero dar ruedas a un pensamiento filosófico sobre el por qué la torre vale más que el alfil, pero la realidad es que cuando de juegos de este tipo se trata soy muy buena. En principio, Andrés Morrigan es el rey, Marianne Morrigan es la reina. Y Hades Fenrir la torre. Aún no sé qué pieza soy, pero no dudaría en ser un peón. Y Aaron no tiene un lugar diferente al mío, o eso creo.

El abuelo y yo no hablamos en la merienda, pues yo estaba suficientemente nerviosa por mi osadía de hoy más temprano, y él lo suficientemente sumido en sus pensamientos como para obviar mi presencia. Por su parte, mi abuela Marianne intentaba hablar con él, pero lo que obtenía como respuesta eran murmullos que dejaban a la vista que él solo estaba ahí por una especie de obligación con pasar el tiempo con nosotras. Su inquietud era contagiosa, pero yo estaba agradecida por no tener que hablar, temía delatarme con mi falta de capacidad de generar una mentira convincente y sostenerla ante ellos.

Por alguna razón el abuelo nos mantenía al margen, él actuaba en silencio y ni mi abuela ni yo sospechábamos de sus negocios. Aún no sabía a ciencia cierta de qué se trataban, y estaba dispuesta a descubrirlos. Él se fue a los minutos, luego de que una llamada por teléfono lo interrumpiera a los cinco minutos de sentarse a merendar con nosotras. La abuela me miró con extrañeza y luego se levantó preocupada.

-¿Qué le pasa al abuelo? -quise saber. Ella solo me dijo que había problemas en el trabajo y no insistí. La respuesta fue suficiente para mí, aunque claro, era una mentira. Me sentía más inteligente que él por saber el contexto de las cosas y que él no sepa que yo lo sé.

-Voy a ir a ayudarlo en la tienda, tal vez necesite ayuda y no quiere pedirla -musitó ella al ver al abuelo irse en su auto-. Ya sabes cómo es, un necio que no sabe pedir ayuda.

No dije nada, solo asentí con la cabeza.

Mi abuela no tenía ni idea de con quién se había casado. Y eso era demoledor.

No tardé en refugiarme en mi habitación, recostándome sobre mi espalda y mirando el techo. Me aseguré de dejar la ventana abierta, y con una incomodidad en mi estómago me acosté a dormir oyendo a lo lejos que la puerta de casa se cerraba. Este había sido un día con tantas emociones que lo único que necesitaba era cerrar los ojos un segundo.

Abro los ojos y lo primero que veo es el techo de mi habitación, confundida, giro mi cabeza hacia la derecha, palpando sobre la manta la presencia de mi celular para ver la hora y no cerré los ojos más que unos minutos.

Me siento en la cama y observo por la ventana, notando que el auto del abuelo no está estacionado en el garaje y lo único que se oye es el maullido de Garu detrás de la puerta. Pobre gato rechoncho ladrón de medias, seguro se siente solo.

-Gato bobo -murmuro por lo bajo y luego me pongo de pie, caminando por mi habitación con mis manos en mis brazos, abrazándome a mí misma. No hace frío, de hecho el clima es genial pero me siento intranquila.

El Juego de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora