〘Capítulo I〙

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El problema de las mudanzas es que las personas pierden sus cosas.

Como yo ahora mismo, que no encuentro donde dejé la caja de las medias.

Y claro, en circunstancias normales eso no sería un problema. ¿Verdad?

¿Quién se estresa tanto por no ir con medias?

Ni que eso fuera un delito.

Nadie se muere por no usar medias, pero cuando pierdes tus medias blancas, esas que son del uniforme del instituto y es tu primer día, justo a mitad del año es un tanto difícil dar una buena impresión.

Bajo las escaleras con el cepillo de dientes en la boca, mientras termino de cepillarmelos a toda velocidad ya que me quedé dormida.

En la cocina mi abuelo está comiendo su desayuno, mientras mi abuela le sirve una taza de café.

—Abuela, ¿Sabes dónde están mis medias nuevas? —le pregunto mientras termino de cepillarme y tomo agua de la canilla, para luego escupirla y secarme la boca con el dorso de mi mano, con cuidado de no ensuciar la manga de la camisa del tonto uniforme.

¿Quién en el siglo veinte usa camisa de uniforme?

Ni que estuviéramos en la época medieval.

Eso me hace extrañar mi antiguo instituto, donde usábamos remeras con el logo, nada más.

Mi abuela me observa y se encoge de hombros. Ella es una mujer de sesenta años, joven y vital. Es de tez blanca y cabello castaño claro, teñido para ocultar sus primeras canas.

Vivo con mis abuelos desde... Bueno, no lo recuerdo, desde que tengo unos dos años.

Por temporadas veo a mis abuelos maternos, pero ellos viven en España, así que eso lo dificulta un poco.

—¿No las desempacaste ayer? —pregunta con el ceño fruncido y yo me encojo de hombros.

—Creo que perdí la caja -me lamento y noto que mi abuela Mariane mira mis pies, notando mis medias.

—Bueno, no creo que nadie lo note -sonríe ella viendo mis medias.

—Ja, ja que graciosa —me río—. Abuela, una es gris y la otra blanca, ¿Cómo no se van a dar cuenta?

—Tal vez todos son daltónicos —levanta las cejas y yo niego con la cabeza.

Puede ser, tal vez en este pueblo todos son daltónicos. ¿Verdad? Tal vez hay alguna anomalía genética con estas personas y eso me ayuda.

Por cierto, odio este pueblo. Aunque nací aquí y a los años, nos mudamos a la ciudad, mis abuelos decidieron volver a su antigua casa y vender la anterior. ¿Por qué?

Querían un cambio de aires luego de la vida en la ciudad.

¿A mi que me parece?

Todo está del asco.

—Eso sería mucha suerte —agrega mi abuelo y toda mi ilusión se va al tacho.

Gracias abuelo.

—Me voy a morir del estrés —refunfuño acercándome a la mesa, donde mi abuelo Andrés está observándome con diversión.

Él es rubio, de ojos claros y de porte tosco, sin embargo no es nada de lo que aparenta.

Aunque él disfruta aparentar ser un tipo rudo. Así me espantó un par de pretendientes y siempre lo cuenta con orgullo.

Tampoco puedo olvidar cuando amenazó a Gabriel, un chico de mi antiguo instituto, cuando encontró una carta que el chico me había hecho, en la que declaraba su amor perdido hacia mí.

El Juego de HadesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora