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¿Acaso no lo había liberado ella de la maldición que lo obligaba a apuñalar a su amigo hasta matarlo todas las noches? 

¡Claro que sí!

Sin embargo, aquella mirada era una que Anya conocía muy bien.

Debido al pasado amoroso de su madre y a la expectación que ella misma despertaba por su forma libre de ver la vida, todos los dioses griegos del Olimpo la habían mirado con la misma repugnancia en algún momento. 

Al principio, Anya se había sentido herida por aquel petulante desdén. Y, durante cientos de años, había intentado ser una chica buena: vestirse como una monja, hablar sólo cuando le hablaban, mantener baja la mirada. Incluso había conseguido controlar su desesperada necesidad de crear desastres. Todo para ganarse el respeto de unos seres que nunca la verían como a algo distinto a una prostituta. 

Un día en que volvía a casa llorando porque, en un estúpido curso para diosas había sonreído a Ares y Ártemis la había llamado "puta", su madre había hablado con ella. 

—Hagas lo que hagas, van a juzgarte mal— le dijo la diosa— Pero todos debemos ser fieles a nuestra naturaleza. Comportarte como otra persona sólo te causará dolor y hará que parezca que estás avergonzada de lo que eres. Los demás alimentarán esa vergüenza hasta lo ilimitado. Eres un ser maravilloso, Anya. Siéntete orgullosa de ti misma. Yo me siento orgullosa de ti. 

A partir de aquel momento, Anya había comentado a vestirse de manera tan sexy como quería, y si había vuelto a bajar la vista, había sido para admirar sus tacones de aguja. No había vuelto a negarse la necesidad de desorden ni a prestar atención a los que la rechazaban, y dejaba claro que le gustaba quién era.

Nunca volvería a avergonzarse. 

—Es... interesante verte en carne y hueso después de todo lo que he investigado sobre ti últimamente. Eres la hija de Disnomia— dijo YoonGi— La diosa menor de la Anarquía. 

—Yo no tengo nada menor— dijo ella— Pero sí, soy una diosa— añadió, alzando la barbilla. 

—La noche en que te diste a conocer y le salvaste la vida a Layla nos dijiste que no lo—  eras intervino Hoseok— Nos dijiste que sólo eras una inmortal. 

Ella se encogió de hombros. Odiaba tanto a los dioses que rara vez usaba el título. 

—Mentí. Lo hago a menudo. Es parte de mi encanto, ¿no te parece? 

Nadie respondió. Era de esperar. 

—Nosotros fuimos una vez los guerreros de los dioses, y vivimos en el cielo, como seguramente sabrás...— continuó YoonGi, como si ella no hubiera hablado— Y no te recuerdo. 

—Quizás no había nacido todavía, listillo. 

 En los ojos de YoonGi se reflejó la irritación, pero conservó la calma. 

—Como te he dicho, desde que apareciste hace unas semanas, he estado investigando sobre ti. Hace mucho tiempo, fuiste apresada por asesinar a un hombre. Después de trescientos años de confinamiento, los dioses encontraron por fin un castigo apropiado para ti. Antes de que pudieran ejecutar la sentencia, conseguiste escapar.

—Correcto. 

—La leyenda cuenta que inoculaste al guardián del Tártaro alguna enfermedad, porque después de que escaparas, él comenzó a debilitarse y perdió la memoria. Se pusieron guardias en cada esquina para incrementar la seguridad, puesto que los dioses temían que la fuerza de la prisión dependiera de la fuerza de su guardián. Con el tiempo, los muros comenzaron a agrietarse y a derrumbarse, lo que facilitó la fuga de los Titanes. 

2. Besos Oscuros // Jung Hoseok Donde viven las historias. Descúbrelo ahora