19.

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Jimin caminaba por las calles de Atenas bajo el sol brillante y dorado. El aire era sereno y los monumentos del Viejo Mundo, muy bellos. Las olas del mar añadían una banda sonora perfecta. 

Debería estar preparándose para su inminente viaje a Estados Unidos. 

En lugar de hacerlo, estaba buscando a una mujer, cualquier mujer que quisiera estar con él. Pero por mucho que hiciera o dijera, las mujeres de Grecia no le respondían como las mujeres de Seoul; bueno, como las mujeres del resto del mundo. 

No lo entendía. Su aspecto físico no había cambiado. Seguía siendo guapo; era la persona más encantadora que conocía. Antes de llegar a Atenas, sólo tenía que mirar a una mujer para que se desnudara y se preparara para el placer. 

Aquí, nada. 

Mujeres de todas las edades, tamaños y colores lo trataban como si fuera un leproso. 

Si hubiera podido, habría elegido a una mujer, se habría casado con ella y la habría llevado a todas partes, disfrutando de ella y sólo de ella. No obstante, aparte del obstáculo de la mortalidad de las humanas, el demonio que albergaba nunca se lo hubiera permitido. Una vez que se había acostado con una mujer, no podía volver a excitarse con ella, por mucho que quisiera. 

Por eso había dejado de intentar tener algo más que una aventura pasajera. Habría tenido que engañar constantemente a una esposa, y pensarlo le ponía enfermo. 

«Que alguien me mire, que alguien me desee», pensó. 

Si pudiera encontrar a una mujer... 

«Busca una prostituta», sugirió Promiscuidad, que necesitaba el sexo tanto como él. 

«Lo he intentado, pero es como si se estuvieran escondiendo de mí». 

Jimin prefería las prostitutas. Ambos sacaban algo y limpio del trato, y su amante no se marchaba con expectativas de repetir. 

Siguió caminando por la ciudad, intentando entablar conversación con algunas mujeres, pero sólo obtuvo rechazos. 

Una hora después, estaba muy excitado y muy débil. Le temblaban las manos, y sentía la necesidad sexual en cada poro de la piel. 

Por eso, cuando alguien chocó contra él por la espalda, estuvo a punto de caer de cara al suelo. Por poco, consiguió mantener el equilibrio. 

—Lo siento muchísimo— dijo una voz femenina. 

Sintió un escalofrío en la espalda y se volvió lentamente. 

Lo primero que vio Jimin fue un montón de papeles esparcidos a los pies de la mujer, que estaba agachada intentando recogerlos. 

—Así aprenderé a no leer y caminar al mismo tiempo— murmuró. 

—Me alegro de que estuvieras leyendo— dijo él, agachándose para ayudarla— Me alegro de que nos hayamos chocado. 

Ella alzó la mirada y jadeó. 

« ¿De asombro? Por favor, que sea de asombro». 

La mujer era corriente; tenía los ojos marrones y la piel pecosa, y el pelo castaño y ondulado cayéndole por la espalda. Tenía los ojos demasiado grandes para su cara, y los labios muy carnosos. Sin embargo, había algo en ella que resultaba hipnotizante. Algo que atraía la mirada, que invitaba a disfrutar. Quizá una sensualidad oculta. Una llama de picardía en sus ojos castaños. 

Las estudiosas y tímidas siempre eran las amantes más lujuriosas. 

—Tu nombre no empieza por A, ¿verdad?— preguntó él, desconfiadamente. 

2. Besos Oscuros // Jung Hoseok Donde viven las historias. Descúbrelo ahora