Pista 3

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Los días pasaron sin mayor novedad, Harry seguía ocupado en su caso y Roger seguía sin pedirle finalizar su relación. Malfoy, por otra parte, se había desaparecido, probablemente haciendo cosas de niños ricos, no es que le importara al auror.

—¡Amor! ¿Puedes abrir la puerta? —el gritó de Roger sonó después de que el timbre sonara.

Harry, que recién había salido de la ducha, soltó un suspiro y buscó una camiseta vieja y un pantalón deportivo que se colocó sobre su cuerpo aún mojado antes de ir a atender a la inesperada visita.

—Buenas tardes —saludó en cuanto abrió.

Los magos y brujas que los visitaban pedían el pase por la chimenea o tocaban la puerta. Solo los muggles tocaban el timbre y al vivir en un edificio muggle era común que vecinos fueran a hablar por cualquier tema.

—¡Oh! ¡Joven! No esperaba encontrarlo en casa —la mujer en la puerta rió al mismo tiempo que lo escaneaba con la mirada—. ¿Interrumpo?

El auror tenía muy pocas visitas, menos de esas que venían por sorpresa. En su caótica vida era necesario hacer citas con antelación. Incluso su primo Dudley y su contacto en la policía muggle lo sabían y preferían llamarlo al teléfono antes de tocar una puerta de una casa que podría estar vacía.

—Con Roger íbamos saliendo, pero seguro tiene tiempo para usted, señora Miriam. ¿Quiere que lo llame?

Por otra parte, Roger Davies tenía una vida social bastante intensa.

—Oh, querido, no quisiera molestar. Es algo breve, ¿podrías decirle que la reunión del comedor comunitario se adelantará al jueves? Y que se le extraña en la parroquia, por supuesto.

Harry sonrió incómodo. No le agradaba esas personas que hacían de su ayuda un teatro, pero criticarlo era criticar el actuar de Roger y el auror había estado jugando a ser un buen novio, en especial desde las infidelidades.

—Ha tenido complicaciones con los horarios —respondió Harry, deseando acabar pronto la conversación.

Para los muggles, Harry y Roger eran una pareja joven dedicados al bien. Ya que no podían divulgar sus verdaderos trabajos, usaban como coartada el que Harry era un detective privado y Roger trabajaba para una ONG que ofrecía ayuda médica. Bastante abstracto, pero efectivo para evitar demasiadas preguntas.

—También puedes asistir, querido. Nuestro Roger dice que estás lleno de trabajo, pero seguro puedes despejar un domingo e ir a misa, ¿verdad?

Después de la guerra muchas personas se sintieron perdidas y buscaron aferrarse a cualquier cosa. Roger había encontrado su propio escape a la locura a través del cristianismo. Harry, en cambio, lo había hecho a través del trabajo.

—Veré si tengo tiempo.

La mujer se despidió de forma alegre, todavía echándole vistazos. Seguro iría a divulgar lo pecadores que estaban siendo. Harry sabía que varias señoras habían intentando emparejar a Roger, pero él había rechazado a todas... O eso había creído. Tal vez aquellas mujeres habían iniciado las infidelidades, estaban desesperadas por tener en sus familias el buen partido que significaba Roger y, de paso, sacarlo de la anormalidad de su homosexualidad.

—¿Todo bien? —Roger salió con una bata del baño.

—Tus fans vinieron por ti.

—¡Oh! ¡Vamos! Solo son señoras agradecidas.

Harry rodó los ojos y caminó hacia el dormitorio. Roger lo siguió, parloteando sobre la importancia de relacionarse con aquellas mujeres con el fin de conseguir dinero para tal fundación o tal iniciativa. A veces, el Gryffindor quería decirle que fingir ser bueno no te hacía bueno, pero Roger siempre había defendido a su congregación incluso desde antes que empezaran a salir.

El precio del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora