Pista 11

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Harry entró a la oficina de su jefe sin tocar la puerta. El hombre levantó la mirada de su taza de café y frunció el ceño. Antes de que comenzara a regañarlo por su falta de modales y decoro, el auror dejó el pensadero, las fotografías, el informe del laboratorio y la chaqueta de su ex encima del escritorio.

—Tengo pruebas de que Roger Davies es uno de los asesinos —dijo.

—¿Roger Davies?

—Sí, señor. Tengo evidencia circunstancial que lo asocian con una de las víctimas antes de su secuestro. Y pruebas contundentes que lo ponen junto a otra de las víctimas en las últimas horas de su muerte.

—¿Roger Davies? —repitió el jefe de aurores—. ¿El sanador? ¿Tu nov... exnovio?

El joven suspiró. Sabía que aquello pasaría, así que había recolectado y categorizado toda la información. Apuntó las cosas que había dejado sobre la madera.

—La misma chica, la vi con Roger unos días antes de que desapareciera. Otra de las víctimas tenía fibras en las uñas y los dientes, las que coinciden con las marcas en la chaqueta. Las fibras y la tela son del mismo material y color —explicó. Ante la falta de respuesta, volvió a hablar—. Señor, necesito ir a Francia y cruzar la información. Con el detective muggle, Farrell, estamos seguros de que se trata de más de un asesino.

—¿Sabes cómo se ve esto? —preguntó al fin el hombre.

Era muy temprano para lidiar con un asesino serial y un testarudo Harry Potter. El jefe de aurores suspiró y le dio un sorbo al café ahora frío. Potter era un excelente auror, pero era propenso a romper las reglas y a desafiar la autoridad si creía que así podría atrapar a los criminales. Nadie quería trabajar con él por su mal temperamento y su afán de defender a los antiguos partidarios del régimen de Voldemort. Normalmente, Robards simplemente lo dejaba hacer, pero en ciertos momentos la jerarquía del cuartel era necesaria y como jefe debía imponer las reglas.

—Busca el motivo o demuestra que planeó los secuestros y asesinatos —cedió—. Ve a su casa y a su oficina, me da igual si miras bajo cada piedra, pero tráeme algo con lo que pueda acusarlo.

—¿Qué hay de Francia?

—Saldrás en dos días. En ese tiempo encuentra algo para acusar al sanador Davies, ¿entendido? —Harry asintió—. Te llevarás a un auror contigo. Le diré a otro grupo que se encargue del arresto de Davies.

El auror apretó los puños y bajó la cabeza, mordiéndose la lengua. Sabía que debía obedecer sin ninguna queja, el encargado de la seguridad mágica lo sacaría del caso a la primera muestra de desacato. Robards observó a su subordinado cuando se fue y se preguntó a quién elegiría. Era un secreto a voces que trabajar con Potter era un castigo.

Kim Latour era una auror recién salida de la academia. Era una chica desesperante, demasiado parlanchina y entrometida, como buena Hufflepuff siempre iba tras lo justo y siempre creaba problemas por meterse en los asuntos de los demás en vez de concentrarse en sus misiones. Harry había tenido que estar con ella solo una vez, lo que había sido suficiente para darse cuenta que no servía para investigaciones largas y que su necesidad de siempre hacer lo correcto creaba más problemas que soluciones. Pero de todos los aurores, era la que mejor le caía. Era una extraña mezcla entre Tonks y Hermione, definitivamente una mala mezcla, pero sabía cómo lidiar con ello.

—¿Quiere que yo hable, señor? —preguntó ella en cuanto llegaron al hospital.

—No es necesario.

Luego de hablar con la chica en el mostrador, ambos aurores fueron guiados al despacho del sanador. Era un pequeño espacio limpio y ordenado con muebles estándar, pero lleno de pequeños detalles que hacían de la oficina un lugar snob. Las paredes tenían cuadros de famosos artistas y todos los diplomas que Roger había conseguido en sus estudios. Harry era consciente de que más de la mitad de las cosas habían salido de su bolsillo.

El precio del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora