Pista 10

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El hospital muggle estaba lleno de actividad. Harry se acercó al mesón de informaciones con la placa policial muggle que Farrell le había pasado y luego de recibir el número de habitación, se apresuró a ir hasta la tercera planta. El pasillo estaba despejado, aunque habían dos personas paradas frente a la puerta que le habían indicado al auror. Una de ellas era un hombre calvo con un poblado bigote, la otra era una mujer que le daba la espalda. Al acercarse, ambos se giraron hacia él, Harry le dedicó una incómoda sonrisa a Cho cuando la reconoció.

—¿Por qué te han mandado a ti? —preguntó ella mosqueada.

—Al parecer podría ser una de mis víctimas.

—¿De tu caso? —la inefable alzó las cejas—. Matilde llegó de Francia, hizo un viaje de aparición usando mucha magia, dudo que tenga que ver con tu caso.

Había sido Farrell el que lo había mandado allí. Hace unas horas había aparecido una chica desangrándose en medio del puente de Londres. La policía muggle se hizo cargo y pudieron averiguar muy poco, la chica no hablaba inglés y gracias a que una de las enfermeras había estudiado algo de francés es que habían descubierto que había estado secuestrada. Mientras le informaban a Farrell, creyendo que era una de las víctimas de secuestro y asesinato de su caso, los inefables tomaron el mando. Habían avisado a los aurores franceses, ignorando por completo a los ingleses, como siempre, no parecían querer cooperar.

—Déjame hablar con ella, si es de mi caso tendría al fin un testigo, nadie ha sobrevivido a los secuestros.

—Disculpe, señor... —interrumpió el hombre con un acento marcado.

—Potter —completó Harry—. Auror Potter.

—Disculpe, auror Potter, no creo que pueda hablar con ella —se señaló la boca—. Le cortaron la lengua.

—¿Qué? ¿Pero cómo pudo comunicarse?

—Estuvieron probando con diversos idiomas hasta que reaccionó. La enfermera que sabía francés le hizo preguntas que podía responder con gestos —explicó Cho.

Harry frunció el ceño y miró hacia la puerta cerrada. Volvió a mirar a la inefable y encogió los hombros.

—Tengo que verla.

—Auror Potter, espere —el hombrecillo miró a Cho y luego de que ella asintió suspirando, volvió a hablar—. Tiene que prepararse, Matilde quedó destrozada.

El auror entró al cuarto luego de darle las gracias. Había cuatro camillas, pero solo una estaba ocupada por un cuerpo completamente vendado. Harry se acercó y observó a la chica. Le faltaba una pierna, probablemente la había dejado atrás al aparecerse, su cuerpo estaba lleno de heridas y cortes, alrededor de los labios había varios parches y los ojos estaban vendados por completo. Harry se acercó a revisar la información que había sobre ella y sintió su estómago revolverse.

Perder un miembro era una cosa, pero aquella joven había llegado con los glóbulos oculares explotados y la boca cosida. Los franceses habían dado con su identidad, pero no podían moverla hasta asegurarse que estuviera fuera de peligro. El hombre del pasillo no mentía al decir que la habían destrozado.

—¿Matilde? ¿Estás despierta?

La cabeza giró y la mano se elevó un poco. Tenía conectada varias agujas para darle suero, medicamentos y controlar sus signos vitales. No debía sentirse cómoda, pero no podían trasladar a San Mungo en ese estado. Una especie de gruñido salió de su boca, aunque no hizo ningún movimiento más. Harry suspiró y volvió a salir.

—Bien, Potter, ya saciaste tu curiosidad, puedes irte —Cho se cruzó de brazos.

—Aún no hablo con ella.

El precio del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora