Maldiciones imperdonables

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Los días siguientes pasaron sin grandes incidentes, a menos que se cuente como tal el que Longbottom dejara que se fundiera su sexto caldero en clase de Pociones

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Los días siguientes pasaron sin grandes incidentes, a menos que se cuente como tal el que Longbottom dejara que se fundiera su sexto caldero en clase de Pociones.

Los de cuarto curso de Slytherin no tenían tantas ganas de asistir a la primera clase de Moody el jueves, no después de lo que le pasó a Draco.
Ese día, luego de comer, Pansy, Theo y Blaise se encaminaron juntos al aula de Defensa Contra Las Artes Oscuras.
Y se apresuraron a ocupar tres sillas cerca de la mitad del salón. Intentando pasar desapercibidos.
No tardaron en oír el peculiar sonido sordo y seco de los pasos de Moody provenientes del corredor antes de que entrara en el aula, tan extraño y aterrorizador como siempre. Entrevieron la garra en que terminaba su pata de palo, que sobresalía por debajo de la túnica.

—Ya pueden guardar los libros —gruñó, caminando ruidosamente hacia la mesa y sentándose tras ella—. No los necesitarán para nada.

Moody sacó una lista, sacudió la cabeza para apartarse la larga mata de pelo gris del rostro, desfigurado y lleno de cicatrices, y comenzó a pronunciar los nombres, recorriendo la lista con su ojo normal mientras el ojo mágico giraba para fijarse en cada estudiante conforme respondía a su nombre.

—Bien —dijo cuando el último de la lista hubo contestado «presente»—. He recibido carta del profesor Lupin a propósito de esta clase. Parece que ya son bastante diestros en enfrentamientos con criaturas tenebrosas. Han estudiado los boggarts, los gorros rojos, los hinkypunks, los grindylows, los kappas y los hombres lobo, ¿no es eso?
Hubo un murmullo general de asentimiento.

—Pero están atrasados, muy atrasados, en lo que se refiere a enfrentarse a maldiciones —prosiguió Moody—. Así que he venido para prepararlos contra lo que unos magos pueden hacerles a otros. Dispongo de un curso para enseñarlos a tratar con las maldiciones. — su ojo mágico dió una vista panorámica al salón, causando un escalofrío en los alumnos— Así que... vamos a ello. Maldiciones. Varían mucho en forma y en gravedad. Según el Ministerio de Magia, yo debería enseñarles las contramaldiciones y dejarlo en eso. No tendrían que aprender cómo son las maldiciones prohibidas hasta que estén en sexto. Se supone que hasta entonces no serán lo bastante mayores para tratar el tema. Pero el profesor Dumbledore tiene mejor opinión de ustedes y piensa que podrán resistirlo, y yo creo que, cuanto antes sepan a qué se enfrentan, mejor. ¿Cómo pueden defenderse de algo que no han visto nunca? Un mago que esté a punto de echarles una maldición prohibida no va a avisarles antes. No es probable que se comporte de forma caballerosa. Tienen que estar preparados. Tienen que estar alerta y vigilantes.

—Así que... ¿alguno de ustedes sabe cuáles son las maldiciones más castigadas por la ley mágica?

Varias manos se levantaron. Moody señaló a un chico menudo que era desconocido por Penélope.
—Eh... —dijo el chico, titubeando— mi padre me ha hablado de una. Se llama maldición imperius, o algo parecido.

—Así es —aprobó Moody, se levantó con cierta dificultad sobre sus disparejos pies, abrió el cajón de la mesa y sacó de él un tarro de cristal. Dentro correteaban tres arañas grandes y negras.

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