CAPÍTULO 8

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Dos días. Faltaban dos días para el evento más importante de la familia, para «La Boda», lo que para mí era la futura una cárcel. Estaba a tiempo de salir corriendo, huir y empezar de nuevo. Pero no me atrevía, me faltaba algo de valor, alguna motivación. Algo.
   Mientras me hacían los últimos arreglos del vestido; sentí como el aire poco a poco se agotaba en mis pulmones. La sensación de asfixia era muy fuerte, no podía controlarlo. Lucrecia tenía ese gesto que usaba después de que le di la noticia de mi compromiso. Felicidad pura mezclada con malicia. Para ella era la inversión de su vida. Poco a poco comencé a sentirme una diminuta persona, que no tomaba decisiones por si sola. Todo mi futuro ya había sido planeado para poder mantener a toda esa bola de sanganos. No debía, no podía. La presión era demasiado. Me bastó observarme al espejo, ¿quién era?, ¿en qué me había convertido siguiendo este tonto juego? Me topé con su mirada sin escrúpulos, sin sentimiento alguno. Él se había unido al complot, había mostrado la verdadera cara sutilmente. Mi tío siempre fue partícipe de esto. Y hasta hace poco descubrí su mirada llena de deseo por mi. Por Dios, ¡soy su sobrina! Sofi jamás volvería a salir a solas con él. Me quité las zapatillas del tacón más alto que podía existir y los aventé sobre el cristal del espejo pequeño que se encontraba en el suelo, se hizo añicos. Tomé mi bolso y salí corriendo de la boutique, decidida a detener esta locura. Ni siquiera me tomé la molestia de ir en coche. Preferí correr sin más por toda la avenida, descalza y con el cabello hecho un pajarero. El vestido—de no sé cuántos miles de dólares—casi se desbarataba, aunque solo fue un pedazo de tela que faltaba por arreglar lo que salió volando por los aires. No me devute a recogerlo, ni siquiera miré atrás, solo escuché como gritaron mi nombre infinidad de veces y alguna que otra maldición. Pero nada de eso fue suficiente para detenerme, ni para borrar la sonrisa de mi rostro que hace meses ni se asomaba, inevitablemente solté una carcajada sin importar las miradas raras y de confusión que veía al pasar, ya fuera por ir corriendo con un vestido de novia puesto y sin zapatos, o por el hecho de ver a alguien tan feliz. En estos tiempos ya no sé que es lo que más le molesta a las personas.

Corrí y corrí hasta que los talones me ardieron, y de pura casualidad estaba cerca de mi restaurante favorito. Entré sin vergüenza y me pedí comida que tenía prohibido probar, todo por encajar en el vestido. ¿Ahora qué importaba? No iba a casarme, definitivamente no lo haría. Y menos me importaban las miradas curiosas y juzgonas al rededor que me taladraban la piel. Comería tan delicioso y alegre como hace tiempo no hacía, le llevaría comida a papá y le contaría todo lo que Lucrecia y su marido me han estado obligando a hacer, los echaría fuera de la casa, no tenían derecho a seguir viviendo de mantenidos, porque al final esa casa siempre ha sido de Sofi, de mi padre y mía. Desde el principio debí tomar el lugar que me correspondía. Y con Lauren... Tenía muy claro que lo que menos debería hacer en estos momentos con ella era casarme, al menos no por ahora, y definitivamente no así. Debía hablar urgentemente con ella, pedirle perdón, pedirle una nueva oportunidad, si es que decidía perdonarme. Pero, ¿qué haría si me odiaba?, no podría soportarlo, en todo este tiempo por lo menos le llegué a tomar aprecio, jamás podría soportar hacerle daño a alguien, jamás, y menos a ella que siempre se ha portado tan bien conmigo, ha sido toda una dama, cariñosa, bondadosa, paciente y entregada conmigo. Sin contar todas las cualidades que posee. Ella no merecía a una persona así de estúpida y dolida como yo, claro que no. Estoy segura de que me odiara con toda su alma cuando entere de la verdad, lo sé. Ojalá no fuera así, ojalá yo supiera tomar decisiones por mi cuenta. Ojalá, ojalá.

  Después de comer lo que me había pedido, me llegó el postre. Que rico pastel de chocolate, lo amaba, cada bocado era una delicia de placer. Pero ni bien acomodé la cuchara para tomar el último pedazo y sentí un gran estirón en mi hombro, alguien me jaló con tanta fuerza por lo que creí tener una fractura, pero no fue así. Era mi tío, con una Lucrecia enfurecida.

En El Nombre Del AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora