A primera vista

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Y después de ese testamento, les traigo un capítulo cortico XD

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2:30. La hora de la siesta. El momento perfecto para salir a hurtadillas del cuarto e ir a la cocina, pues todos los hermanos estaban durmiendo u ocupados en sus habitaciones. Padre seguro se encontraba en su despacho o en el cuarto matrimonial. Don Austria, quién sabe, pero por los pasillos no.

Esa era la cuenta que Cuba había sacado a los días de habitar en esa casa tan grande. Las 2:30 era una hora perfecta: los muchachos italianos estaban descansando o con la atención puesta en otras tareas. Igual que el resto de los sirvientes, con la cual la cocina quedaba completamente desierta y él podía entrar sin ser visto y tomar cualquier alimento para picar entre horas.

No es que no lo alimentaran suficiente. No. Su padre era muy generoso en ese aspecto. Sin embargo, desde hace unos meses el cubano se sentía como un poso sin fondo: comía con ganas y se saciaba, pero a las pocas horas su estomago volvía a rugir. Lo más correcto hubiera sido decírselo a su padre. Mas no se atrevía, él ya estaba ocupado cuidando a sus otros hermanos. Sencillamente no quería ser una carga.

Como todas las veces anteriores, salió de su cuarto, cerró la puerta con delicadeza y caminó los pasos que lo separaban de la cocina, divisó la despensa donde guardaban las galletas, salivó y se dio cuenta que una sombra se reflejaba en la hoja de madera que escondía su botín. Con el corazón en la garganta, siguió la sombra y encontró una joven de cuerpo curvilíneo que le daba la espalda. Tenia el pelo negro liso y corto, un cuello blanco y ropa de sirvienta. Sus manos se movían con la precisión y agilidad que da la práctica.

Cuando acabó de lavar los platos, se secó las manos y se dio la vuelta y se llevó las manos a la boca para acallar el grito de susto que le provocó la inesperada imagen del chico. Este, a su vez, se tropezó con varios objetos, se pegó en la cabeza con la pared y cayó sentado.

—¡Perdone, mi señor! De verdad, perdone mi actuación. ¿Está bien?

Cuando Cuba abrió los ojos, tragó grueso ante la visión de aquella chica angelical que, con rostro preocupado, le pedía que le cogiera la mano. Con el corazón desbocado, sus pulmones no lograban aspirar todo el aire que necesitaba. Pensaba que se iba morir y, por una vez, no le importaba, porque las emociones angustiosas y placenteras que sentía eran lo más increíble había experimentado. Estaba más vivo que nunca.

Tomó la mano que la chica le extendía y cuando quedó de pie junto a ella no hizo más que observar sus ojos color avellana. No sabía si quedarse allí para siempre o huir despavorido, pero sí que debía contestar a la pregunta que no paraba de repetirle la preadolescente. Así que se dio una cachetada mental y ordenó sus pensamientos—. Sí, estoy bien. No os preocupéis. Es culpa míase rasco la cabeza, intentando no hacer contacto visual—. Tenía hambre y vine a buscar algo de comer.

La chica se llevó las manos a la boca y lo miró inquieta mientras cubría la distancia entre ellos ¿La comida no estaba buena?

Cuba sintió su rostro calienteEstaba excelente. y agregó dándose aires de autoridad al ver la felicidad y el alivió en la sirvienta—. Sin lugar a dudas, la mejor que he comido. Lo que pasa es que desde hace unos meses me da hambre a todas horas y no puedo esperar a la hora de la merienda... ¿Qué es tan gracioso? —. No pudo enfadarse con ella pues esa pata de gallo que le salía al cerrar los ojos, mientras se tapaba la boca por la risa era lo más tierno que había visto.

—L-lo sien-siento mi señor, mas por un momento me recordó a mi hermano mayor, quien cuando llegó a la adolescencia tenía tanta hambre que una vez casi se come la harina cruda.

El cuento y la risa de ella lo contagiaron, y se encontró acompañándola en el buen humor hasta que les dolió la barrigaQ-q-que bu-buena historia. Pero os prometo que no vengo por un tazón de harina. dijo con sorna, provocando otro acceso de risa en la chica. Se sentía en la gloria—. Solo quiero unas galletas.

—¿Solo eso mi señor?

—Por favor, no me llaméis así. Tenemos la misma edad.

—Mas usted es el hijo de mi jefe.

—Mas se siente muy raro. Habladme con normalidadagregó con esa sonrisa con la que nadie le podía decir que no. Y surtió efecto porque la chica asintió, buscó un plato y le sirvió tantas galletas como quería—. Muchas gracias, os traeré el plato en cuanto termine—. Se dio la vuelta para irse, caminó dos pasos y se volvió a verla—. ¿Y cómo os llamáis? E-es que si arribo aquí y no os veo, cómo os llamaré si no sé vuestro nombre. Y si no me apuro alguien podría verme y tendremos un problema.

—¡Es verdad! No soy la jefa de cocina. No puedo dar comida. Solo Veneciano y Lovino pueden disponer de la comida como sea más conveniente. Si queréis entregarme el plato y no me veis, decid que buscáis a Beatriz. Ese es mi nombre. Y si venís antes de las 17:00 mejor.

—Vendré mucho antes, no os preocupéis.

—¿Y cuál es vuestro nombre? ¿Cómo debería llamaros?

—Carlos. ese nombre salió tan natural de sus labios que hasta él se sorprendió de lo fácil que resultaba adoptar una nueva identidad—. Me llamo Carlos.

—Carlos. repitió Beatriz para memorizarlo—. Es un bonito nombre.

Y desde ese momento, Cuba visitó la cocina con asiduidad para recuperar el corazón que aquella chica le había robado.

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