Locura

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Con aspecto cansado y frustrado, Roderich abrió la puerta de sus aposentos y se dejó caer en el sillón más cercano. El rey, con su apatía para asumir su rol y su fe ciega en el duque de Lerma*, lo exasperaba. « El duque de Lerma », pensó apretando los dientes, entrecerrando los ojos y sentándose correctamente por la rabia. «Ese miserable. Por querer estar cerca de una de sus villas, empezóle a hablar de todas las bondades de Valladolid a nuestro rey»- Mi señor sabíais que el verano de Valladolid es fresco. Mi señor sabíais que no hay mejor sitio para cazar que Valladolid. Mi señor sabíais que no hay ciudad mas animada que Valladolid. Mi señor, mi señor, señor- remedió con desprecio. -Y encima, el rey decide creerle y cambia las cortes de cuidad. Ya se cansará cuando vea que no puede ir al teatro tanto como le placiera- se llevó una mano al rostro y suspiró conteniendo su frustración

Súbito, el golpe de unos nudillos en su puerta lo sacó de su ensimismamiento-Pasad.

Era Veneciano llevando la copa de vino caliente con especias que había pedido. El niño aun vestía la insolencia en el rostro**. -Vuestra copa -afirmó acercándole la bandeja a su altura.

Austria la tomo. -¿Porqué ponéis esa cara tan desagradable?

-¿Qué cara? -respondió tranquilo, pero sin mudar de emoción. - Si me necesita estoy a su disposición- hizo una reverencia y cerró la puerta con suavidad.

Austria observó la entrada por donde había salido. Llevaba ya días así. Parece que el avance de los holandeses lo estaba alentado a revelarse-Tendré que darle un escarmiento a él y a Romano. No podemos permitir que la paz que tanto nos ha costado construir nos la arrebaten dos sirvientes. -murmuró y sorbió un poco de su vino.

Las notas aromáticas y de sabor enfriaron su malestar y transportaron a su mente a otro lado. A uno muy lejano, que lo impulsó a levantarse del sillón e ir hasta su cómoda. Abrió un cajón, sacó una carta, dio un par de pasos y se sentó en la cama matrimonial, dejando la copa en mesa de noche.

Levantó la lengüeta de la carta. El sello carmín todavía estaba pegajoso. Sacó las hojas que había en su interior. No le hacía falta leerla, sabía de memoria lo que su marido le había comunicado. Las letras apelotonadas, borrosas, demasiado ladeadas a la izquierda eran testigo de su impaciencia, su desesperación para terminar la misiva y mandarla antes que despuntará el Sol para proseguir con su viaje.

Austria cálidamente sonrió. Ese era su esposo, aquel hombre falto de templanza y lleno de exabruptos. Aquel que siempre quería que todo se diera según su conveniencia y que estaba dispuesto a tomarlo por la fuerza si era necesario.

Aquel era el hombre al que ama.

Aquel hombre de rudos ademanes, seductora seriedad y aplastante seguridad y sinceridad...Cuando quería usarla.

Sí, ese era el hombre con el que se había casado y enamorado.

Y en esa carta con dicha le transmitía que Dios había puesto los vientos a su favor, tanto así que iba a llegar un mes antes de lo previsto: en septiembre.

Inspiró e exhaló y dio vuelta a una de las hojas. Allí con una letra más delicada había escrito el nombre de todas las colonias, junto a unos datos que le permitieran reconocer cada uno de ellos: los mayores y preadolescentes eran Cuba, la Española y Puerto Rico; los virreinatos eran Nueva España y Perú; la pequeña Filipinas, los rubios Banda Oriental y De la Plata, la colonia que ahora estaba despuntando era Nueva Granada...

Volvió suspirar y se tomó lo que quedaba de vino ¿Cómo iba a acordarse de todos?

Aun recodaba cuando España le daba estas indicaciones.

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