Cambios

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Nadie supo cuando Austria se había quitado máscara de frialdad. Cuando Venezuela había abandonado su desconfianza e irritabilidad. Cuando el profesor había decidido celebrar cada logro de su alumno con orgullo, cuando el pupilo se había atrevido a sonreír de verdad. O cuando el adulto había comenzado a sentarse a su lado para guiarlo con suaves órdenes para mejorar su desempeño.

Pocos adivinaron cuál fue el momento exacto en el que las clases de música dejaron de ser simples lecciones y pasaron a ser enseñanzas de vida: cómo vestirse, cómo arreglarse, cómo pararse, cómo caminar, cómo sentarse, cómo dirigirse a los demás...

Y lo que todos se dieron cuenta fue del sublime cambio que el ser más rebelde de la casa vivió y como este trastocó la vida de los demás. Quisieran o no

...

—Buenos días, niños —saludó Antonio sentándose en la mesa para desayunar.

—Buenos días, padre. Buenos días, Don Austria —contestaron en coro.

—Buenos días, niños.

—¿Estamos todos sentados? Si es así podemos empezar la oración —dijo juntando sus manos y disponiéndose cerrar los ojos.

—Buenos días, padre. Don Austria. Familia.

El español abrió los ojos y parpadeó varias veces antes de girarse hacia su espalda desconcertado. Reconocía la voz pero no el tono, conocía esos ojos más no esa mirada. De hecho, hasta había confundido esa manera de caminar con la Veneciano. No podía creer que el dueño de todos esos nuevos atributos fuera su hijo más peleón. Empero, allí estaba de pie lleno de una gracia y tranquilidad desconocida.

—Venezuela, ¿Qué hacéis allí?

—Oh. —Se inclinó humildemente hacia su progenitor y este deseó que alguien lo pellizcase—. Perdóneme padre, me quedé dormido y ahora es que acabo de arribar.

Fernández hubo de utilizar todo su autocontrol para no permitir que su mandíbula se abriera de la sorpresa—. No os preocupéis —dijo volviendo a su posición, mas al percatarse que su hijo seguía de pie se volvió nuevamente— ¿Qué os pasa? ¿Por qué no os sentáis?

—No puedo, las reglas dicen que si arribo tarde no puedo desayunar.

«Ahora sí que estoy soñando» intercambió una mirada rápida con su esposo en la que le pedía que le tirara un plato a la cabeza para que lo despertará, a lo que el austriaco calló una pequeña risa con su mano—. Olvidaros de las reglas por hoy, Venezuela...—comenzó y sintió como todos los niños y adolescentes sentados en la mesa dejaban de respirar y clavaban sus pupilas en él y en el recién llegado— Y sentaos con nos.

Para cerciorarse, el niño interceptó sus pupilas con las austriacas, quien la devolvió una mirada segura y orgullosa a la vez que con gestos pedía que le sirvieran un plato al niño. Entonces Venezuela, sonrió y comenzó a caminar raudo a su sitio. Sin embargo, a mitad se detuvo de golpe e hizo otra reverencia a su padre dándole las gracias y dejando aún más atónito al español.

...

—¿Podéis escucharme? Padre, hermanos, Don Austria, todo el mundo, escuchadme.

—Rio de la Plata, ¿qué hacéis encima de la mesa del comedor? ¡Bajaos de una vez! —dijo el español claramente preocupado ante la posibilidad de que su rubio mayor se diera un golpe fatal.

—No puedo, me he subido aquí para que todos me oigáis. He decidido que...

—¡Bajaos de una vez! —vociferó.

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