Antes de empezar: Guaina/Guayna es Paraguay
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Guaina era una chica callada, pero no porque tenía la cabeza vacía, como algunos pensaban. No, más bien su cerebro parecía un cielo con una constante lluvia de estrellas fugaces: ideas aparecían y desaparecían en cuestión de segundos.
Tampoco era distraída, ese titulo se lo dejaba a Quito, que bien se lo había ganado. Si no hablaba era porque no sentía esa supuesta irrefrenable necesidad de compartir información. Además, disfrutaba de escuchar, descubrir y entender a los demás. Los analizaba y conocía, esa era su forma de relacionarse con el mundo y crear lazos. Por eso no era raro que se juntara que personas que no pararan de hablar como Panamá, la cual contaba unas historias increíblemente interesantes.
También era capaz de ir al polo opuesto y quedarse una tarde con personas igual de silenciosas que ella y disfrutar juntos de la contemplación de lo que les rodeaba. A través de esto había notado los cambios en el ambiente: los tonos ocres que adquirieron las hojas, el paso de una luz incandescente a trémula, los vientos cada vez más fríos que erizaban la piel, el azul más oscuro que teñía el cielo o como la oscuridad ganaba más terreno a la luz y convertía el día en una larga noche.
Otoño. Así le llamaban los adultos, y a ella le fascinó aire melancólico que invitaba a la reflexión, como si el planeta se estuviera preparando para dormir una larga temporada.
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El reloj sonó dando finalizada la clase de su padre. Eso significaba que ahora tendría la asignatura de Austria. Guaina sonrió: a ella le gustaban las clases de Don Austria, eran prácticas, divertidas y relajantes, se sentía útil y reconocida. También le agradaban las clases de Don Austria porque estaba Don Austria.
Desde que lo había conocido le había llamado la atención, y gracias a las clases había tenido oportunidad para fijarse en todas sus características. Nunca había visto a alguien con la piel tan clara como una cerámica. A alguien con los dedos tan finos, tan cuidados y hábiles. Había pensado que debían ser muy fríos hasta que un día la tuvo que guiar con la costura y se percató que estaban llenos de vida, confirmando la sospecha de que su estoicismo era solo una armadura al igual que la de su padre.
Su padre, ahora que recordaba había notado que este apreciaba el rostro de Don Austria, especialmente su lunar, y Guiana tenía que admitir que a ella también le parecía gracioso y que combinaba perfectamente con esos ojos que le recordaban a las violetas. Sin embargo, su rasgo más destacable era la paciencia
—¡Ahh! ¡No puedo con esto! —se quejó sonoramente con la aguja en una mano y el hilo en otra.
—Banda Oriental la costura requiere práctica y constancia, respira y vuelve a intentarlo. Lo mismo os digo, Venezuela, que por querer hacer las cosas corriendo ya os habéis pinchado 5 veces —el adulto se llevo una mano a la cabeza—. Igualito al padre —susurró.
—Don Austria, es que no se para qué hago esto. La costura es de niñas —dijo quejumbroso la colonia caribeña.
—¿Estáis llamado «niña» a Quito? —respondió Perú ligeramente molesto y defendiendo a su indiferente hermano.
—Él es la excepción —dijo descuidadamente.
—Venezuela —emitió con el tono con el cual concluía cualquier discusión—. La costura es un arte esencial para sobrevivir. Puede que no lo veáis ahora, mas estoy seguro de que, en un futuro, os salvara el día en más de una ocasión. Además —ignoró su bufido—. Ya debéis ir diciéndome que haréis como proyecto final.

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El viaje
Fiksi PenggemarAmbientado en 1601-1602. Cuando Austria y España hurdieron el desesperado plan de presentar al rey Felipe III las colonias del reino para que asumiera sus responsabilidades como monarca, jamás imaginaron lo qué sería vivir con 20 niños y adolescente...