¿Quién es él?

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Los barcos atracaron la primera mañana de septiembre.

Al salir de su camarote y descubrir la ciudad de Cádiz que se alzaba en el horizonte, los ojos de Puerto Rico brillaron intensamente. ¡Ya estaba en España! ¡Un mundo completamente nuevo para ella y sus hermanos! ¡Ahora podrían caminar por las calles del imperio, ir a fiestas y espectáculos! ¡Y lucir los mejores atuendos! No cabía en sí de felicidad.

Agarró el brazo de su hermana Española para compartir su dicha y se percató de que la mente de esta se había quedado absorta: sus pupilas viajaban por el cielo desde un extremo del barco al otro, momento en el cual había chocado con las de sus hermanos. Todos tenían la misma pregunta

¿Qué le paso al cielo? ¿Quién apagó el Sol?

Empero, no pudieron seguir cavilando, porque la voz de su padre los trajo de vuelta a la realidad— ¡Ey! ¿Pensáis quedaros todo el día allí o es que ahora os place la vida en altamar? —manifestó con una sonrisa casi imperceptible y en tono, ¿juguetón?

«¡Ahhh! ¡Qué bueno es estar en casa! ¡Unas jornadas más y podré dormir en una cama con Roderich»— pensó con un alegre anhelo que le duraría poco, pues cuando estaba terminando de revisar los carruajes para el último tramo del viaje, un desgarbado joven arribó corriendo, y sin aliento se inclinó a su lado extendiéndole un sobre—. Excelencia, esto es para usted.

La confusión inicial dio paso a la duda y, finalmente, a la sospecha: ese cello y letras eran Austria. Si había escrito una carta para que la leyera nada más bajara del barco, significaba que tenía algo urgente que comunicarle. Agarró el pedazo de papel con cuidado, pagó al muchacho, abrió la misiva y leyó el mensaje.

En pocos segundos sus relajados músculos se crisparon en una mueca de cólera, se viró hacia sus hijos y como si se tratará de un general que dirige un batallón— ¡¿Ya habéis bajado todos?! ¡Muy bien! ¡Ahora empezad a subiros en los carruajes en el orden que os diga y que nadie se le ocurra alterarlo. ¡¿Entendido?! ¡Nueva España, Perú, Guatemala y Costa Rica, en el segundo!

—Pero padre, se supone que Perú y nos viajaríamos con usted.

—Las cosas han cambiado —dijo con un tono que no permitía replica—. Honduras iréis con Cuba, y Salvador con Puerto Rico. Y no en el mismo, carruaje que no quiero detenerme a buscar otro por culpa de vuestras incesantes peleas. Española, Venezuela, Nueva Extremadura, Rio de la plata y Banda Oriental iréis en el quinto carruaje. En cuanto a vos, Guayrá...

Y a los pocos minutos, los carruajes ya se encontraban a la máxima velocidad a la que los caballos podían correr. Tenían que llegar a Valladolid en 21 días, con una parada previa en Madrid para cambiarse y luego partir de nuevo.

¡Maldita sea el duque de Lerma y ese rey vago que lo obligaban a correr hasta la extenuación! Gracias a Dios que estaba solo con Filipinas, ahora gritaría y maldeciría al duque y toda su estirpe hasta bien entrado el mediodía.

El resto de los días nadie se atrevía a levantar la voz o a decir una palabra. Era bastante obvio que el extraño buen humor de su padre se había esfumado tan rápido como había llegado. Algunos hasta se preguntaban si no se trataba de un espejismo producto incesante martilleo del Sol durante el viaje.

Se solían detener únicamente para comer, hacer sus necesidades y dormir. Nada de ocio fuera de carruaje, nada de hablar durante las comidas, nada de perder el tiempo que no sobraba.

Todo se hacia bajo disciplina militar. Y para colmo de Puerto Rico, las paradas no eran nada glamurosas: ninguna ciudad al horizonte, solo monte, ramas y arboles raquíticos. Qué desperdicio de armario. Cuba decía que se debía a que no querían llamar la atención.

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