El bosque

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Antonio despertó de la siesta con el cuerpo descansado y el animo relajado. Sonrió mientras se estiraba con los ojos cerrados: le encantaban esas siestas a mitad de la tarde, como no amarlas con todos los beneficios que conllevaban. Lastima que no pudiera hacerlas tanto como quería.

Alargó la mano y descubrió con desazón que el cuerpo de Austria no lo acompañaba en ese ritual, algo que ocurría desde hace semana cuando tomó la extraña decisión de enseñarle música al niño más rebelde de la casa. Aunque se lo había explicado varias veces, el Antonio no acababa de entender que impulsaba al centroeuropeo a prestarle más atención a un vástago que no hacia más que pelear y hacer berrinches todo el día. Tampoco le agradaba que le quitarán el tiempo que su marido había reservado para él.

A él también le costaba exprimir horas para los dos.

Suspiró y vio el reloj: las iban a ser las 16:00. Probablemente en unas semanas Roderich se daría cuenta de que enseñar a Venezuela era una perdida de tiempo y volvería a compartir las siestas con él. No obstante, por ahora tendría que ocupar su tiempo, y ya sabía lo que iba a hacer: descubrir el paradero del resto de sus hijos.

Lo primero que iba a hacer era averiguar si alguno, aparte de Venezuela seguía en la casa, así que subió al tercer piso y fue paseando por el pasillo buscando algún ruido, hasta que vio la puerta de biblioteca abierta. Extrañado, se asomó y atisbó al instante a Nueva Granada con un libro en la mano y poniéndose de puntillas para dejar otro.

—¿Os gusta la biblioteca?

—¿Padre!dijo sorprendido y preocupado al haber sido descubierto en la habitación sin consentimiento de los adultos, mas al percatarse de la cariñosa sonrisa de su progenitor, se tranquilizo—. Sí, estaba pensando en llevarme este libro, ¿está bien?

—Dejadme verlo pidió alargando la mano, agarrando el libro que su vástago le ofrecía, y leyendo la portada¡Oh! este es uno de mis favoritos, es muy divertido. Es perfecto para vos. Luego me comentáis que os pareció.

El niño, con los ojos brillantes por las palabras de su padre, le agradeció el consejo e imitó la gran sonrisa que había en el rostro del mayor.

España puso una mano en el hombro derecho del menor—. Y ahora vamos al patio. Hace una tarde muy bonita y hay que disfrutar del buen tiempo Nueva Granada asintió y ambos salieron de la habitación, bajaron las escaleras y, al llegar a la sala, se detuvieron al encontrar al cubano y al alto peruano enfrentándose en una partida de ajedrez—. Adelantaos, yo voy a quedarme un rato con vuestros hermanos por una vez más, el niño volvió a asentir sonriente al sentir la tosca mano de su progenitor apoyarse con suavidad en su hombro.

Cuando su hijo más brillante se hubo enrumbado al patio, el joven caminó y se detuvo frente al tablero de ajedrez claramente complacido por observar ese espectáculo: su hijo mayor estaba serio, concentrado en el próximo movimiento que haría su hermano y todas las posibles consecuencias que esto tendría. Por su parte el niño había perdido esa mirada somnolienta que tanto lo caracterizaba, y su cara reflejaba la tensión y el desespero de no encontrar la salida al contrataque que vivía: ponía la mano en una pieza, sentía la mirada penetrante del mayor, quitaba las falanges, volvía a apoyar su mano en su mandíbula y repetía el ritual.

España se llevó una mano a la boca para acallar un acceso de risa, se puso al lado de Alto Perú y se agacho hasta quedar a la altura de su oreja—. Calmaos, no es tan difícil como parece. Si os tranquilizáis podréis ver el cuadro completo.

—¡Padre!

—Cuba, tu hermano es menor que vos. Tened un poco de piedad dijo cruzándose de brazos y con una sonrisa que estaba a medio camino de la travesura y la seriedad—. Ahora Alto Perú dijo mientras volvía a ponerse a la altura de su hijo—. Si queréis ser un buen estratega, no debéis dejar que vuestros sentimientos os ofusquen o no podréis ver todo el panorama agarró la pieza más cercana y la avanzó haciendo peligrar toda la estrategia de su colonia más antigua.

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